El Excmo. Sr. Don Melchor Portocarrero Laso de la Vega, conde de
la Monclova y virrey de estos reinos del Perú y Chile, era
hombre con quien cargaba una legión de diablos, siempre
que llegaba a sus oídos el apodo con que lo bautizara el
zumbón pueblo de Lima; no embargante que el tal apodo
más tenía de honorífico que de
ridículo, pues tengo para mí que enaltece a un
guerrero el resultar lisiado en el campo de batalla. Su
excelencia había quedado manco en la batalla de Arras, y
reemplazó el brazo de carne, músculos y huesos con
otro de filigrana de plata, verdadera maravilla de
artífices romanos.
Aunque Don Melchor ocultaba la apócrifa siniestra bajo un
guante de gamuza o piel de perro, no por eso dejaron de aplicarle
el mote de Mano de plata, apodo que a su excelencia
antojósele considerar como insulto a su honrada y
esclarecida persona.
Fue el caso que, a pesar de sus diciembres, a su excelencia se le
encandilaban los ojos cada vez que por esas calles tropezaba con
una de aquellas hembras hechas de azúcar y canela, vulgo
mulatas, manjar apetitoso para libertinos y hombres gastados. Las
mulatas de Lima eran, como las de la Habana, el non plus ultra
del género.
«Quien dijere que Venus
ha sido blanca,
de fijo no hizo estudios
en Salamanca».
Algún resbalón debió dar su excelencia, en
amor y compaña con una de esas caritativas vasallas, e
hízose pública la largueza del galán en
recompensar amorosas complacencias, pues los traviesos
limeños lo sacaron esta copla que a guisa de
pasquín y escrita con carbón apareció una
mañana en la blanca pared de uno de los pasadizos de
palacio:
«Al conde de la Monclova
le dicen Mano de plata;
pero tiene mano de oro
cuando corteja mulatas».
No fue su excelencia como los rnarqueses de Cañete y de
Castelfuerte, ni como Amat y otros virreyes, que a pasquines en
verso contestaron también en el lenguaje de las musas,
dándoseles un pepinillo de conceptos y murmuraciones
anónimas. El de la Monclova no entendía de
chilindrinas, y la más sosa e insignificante
revestía para él la seriedad del papel sellado.
Hizo borrar la copla de la pared; pero no alcanzó a
borrarla de la memoria del pueblo.
Añaden, sí, que desde entonces no volvió el
virrey a tener aventurillas con mozuelas del medio pelo.