En el tomo XLIX de Papeles varios de la Biblioteca de Lima se
encuentra, con el título de Discurso teológico, un
memorial que Don fray Bernardino de Cárdenas, obispo del
Paraguay, dirigió al Papa Alejandro VII.
Pensador tan ilustre como las Casas y Palafox, y más
erudito que éstos, es incuestionablemente el franciscano
Cárdenas uno de los hombres más notables de su
época. Nacido en Chuquiabo (La Paz) educose en el convento
seráfico de Lima. Obispo del Paraguay, y más tarde
de la provincia de su nacimiento, donde falleció en 1667,
sostuvo durante un cuarto de siglo guerra sin cuartel con los
jesuitas, que hartos quebraderos de cabeza le dieron. Pero no es
mi objeto escribir una biografía, que el curioso lector
encontrará, y muy circunstanciada, en el Diccionario del
Sr. de Mendiburu, sino ocuparme de su entusiasmo por el santo
sacrificio de la misa.
En la Lima limata, del dominico Haroldo, se lee que el obispo del
Paraguay celebró por el espacio de quince años dos
misas diarias, y no satisfecho con esto elevó el memorial
a que me he referido, y que por entonces fue desatendido por
Roma.
En 1722, medio siglo después de enterrado fray Bernardino,
el rey de España e Indias Don Felipe V gestionó
sobre la pretensión del Discurso teológico, y
Benedicto XIV expidió en 1748 bula autorizando a los
sacerdotes para decir tres misas el día 2 de
noviembre.
Hemos apuntado esta concesión, no tanto por ser una
curiosidad histórica, sino para que conste que fue un
obispo peruano el primero en solicitarla.
Institución limense es también la llamada Escuela
de Cristo, que se ha generalizado en el orbe católico y
que fue reconocida por bula de Alejandro VII.