Por enero de 1813 recibió el virrey Abascal, entre otras
resoluciones de las Cortes de Cádiz, una en la que se le
participaba quedar abolida la horca en España y sus
colonias y reemplazada con el garrote. Creído me tuve que
sustitución tan sencilla se realizó desde luego sin
el menor tropiezo; pero registrando ayer mamotretos en la
Biblioteca Nacional, dime de manos a ojos con un abultado
expediente en papel del sello cuarto, expediente tan original y
curioso, que no he podido resistir a la tentación de hacer
un rápido extracto de su contenido, para solaz y regocijo
de los que no hemos alcanzado horca ni garrote en Lima, si bien
hemos sido testigos de atrocidades de igual o mayor
calibre.
Don Sebastián de Ugarriza, depositario de los fondos
públicos de esta ciudad de los Reyes, como si
dijéramos el tesorero de la municipalidad, se
presentó el 21 de agosto de 1813 ante el Cabildo,
querellándose de que habiendo adelantado doscientos
cincuenta y seis pesos al maestro herrero José Antonio
Icaza y al armero del parque de artillería Fermín
Vidasola para que construyesen el garrote, estos prójimos
andaban retrecheros para cumplir. Por ende pedía don
Sebastián que se les obligase, en un término
perentorio, a terminar la obra o devolver la mosca.
Vidasola e Icaza contestaron que en herramientas, madera,
tornillos, jornales, haches y cúes, habían gastado
la plata, según cuenta comprobatoria que exhibían;
que el trabajo estaba muy avanzado; que el querellante
exclusivamente tenía la culpa de la paralización,
por resistirse a continuar rascándose el bolsillo y no
haberles dado aún el modelo definitivo. Instados los
declarantes para que firmasen esta exposición, dijo Icaza
que él era muy respetuoso con sus superiores; que por tal
reconocía a Vidasola, que era el contratista de la obra, y
que la buena educación le impedía firmar antes que
éste.
El escribano don José Gallegos halló
legítima la excusa, y pasó la pluma de ave a
Vidasola para que echase su garabato; pero éste
salió con la enflautada de que gozaba de fuero militar,
por tener paga de sargento en la maestranza de artillería,
que también Icaza disfrutaba de idéntico fuero,
como soldado del distinguido batallón
«Concordia», y que él no firmaba sin anuencia
de su coronel, así lo hiciesen tajadas.
Arguyole el escribano, presentándole la siguiente cuenta
que ambos acusados habían suscrito:
Razón de lo que hemos trabajado, por orden del
señor don Sebastián de Ugarriza, en una
máquina de garrote.- A saber:
Por 40 libras de fierro y una carga de carbón
11
pesos
Por 10 días trabajo de Vidasola
60
»
Por 10 días trabajo de Icaza
60
»
Por 10 días trabajo de aprendices
15
»
Por herramienta
10
»
Por otros gastos menudos
100
»
Son pesos
256
Fermín Vidasola José Antonio Icaza
Lima, marzo 4 de 1813.
Estas cuentas alegres, a lo Gran Capitán, parecen
más de nuestra republicana era que de los tiempos
antiguos. Está visto que también entonces los gatos
gastaban uñas..., y largas.
Replicó Vidasola que las ordenanzas no rezaban nada sobre
el caso, pues en recibir no hay engaño, y que una higa hay
en Roma para quien le dan y no toma; pero que sí hablaban
y gordo en punto a reconocimiento de otra jurisdicción que
no fuese la militar.
Ugarriza presentó entonces nuevo recurso al Cabildo,
llamando tramposos a aquellos sujetos; que esperar a que
cumpliesen su compromiso era perder tiempo, con perjuicio para la
administración de justicia; que por falta de garrote
había en la cárcel reos que debían estar
pudriendo tierra en el campo santo; que él buscaría
quien construyese la máquina, y que se pasase orden al
comandante de artillería para que descontase a Vidasola
una parte de su haber, hasta completar la suma de doscientos
cincuenta y seis pesos, amén del juicio que por cuerda
separada se proponía seguir a los embaucadores.
Así las cosas, la tercera Sala de la Audiencia Nacional
(que en los pocos arcos de transición entre el liberalismo
de las Cortes y el absolutismo de Fernando VII dejó de
llamarse la Real Audiencia) pasó un oficio al alcalde
constitucional don José Ignacio Palacios,
eligiéndole que a la mayor brevedad diese cuenta del
estado en que se hallaba la construcción del
garrote.
Con fecha 33 de septiembre contestó el Cabildo que para el
30 estaría expedita la máquina, según lo
había ofrecido don José Pequeño, maestro
armero del regimiento Real de Lima.
En efecto, aunque no en el día fijado, sino el 19 de
octubre, a las dos de la tarde, se constituyeron en la sala de la
cárcel pública el alcalde Palacios, los regidores
del ayuntamiento y varios vecinos notables; se trajo un perro, y
puesto en disposición de sofocarlo, el maestro
Pequeño dio al verdugo Manongo Ramos las instrucciones del
caso para el buen manejo del aparato. Dos minutos
permaneció el pescuezo del animal bajo la presión
del garrote, transcurridos los cuales se dio la contravuelta y el
perro echó a correr ladrando furiosamente.
Preso en la cárcel de corte por haber vertido en
público conceptos subversivos, anárquicos y
republicanos, encontrábase a la sazón un
francés, vecino del Callao y con mujer e hijos peruanos,
el cual presentó un recurso al Cabildo
comprometiéndose en cambio de su libertad a construir el
garrote, según dibujos que acompañaba y que
están en el expediente que en la Biblioteca existe. El
Cabildo patrocinó la pretensión, elevándola
a la Audiencia, la cual pidió vista al fiscal; pues era
para ella punto gravísimo el poner en la calle a un
revolucionario sospechoso de connivencias con los patriotas de
Colombia y Chile.
Por su parte el maestro Pequeño hizo que el abogado don
José Manuel de Villaverde le redactase un escrito de
rechupete, largo y substancioso, para el Cabildo. Dice entre
otras cosas el maestro armero que su máquina era perfecta;
pero que el bruto del verdugo la deslució por inquina y
mala voluntad para con el exponente. Añade que no lo hizo
así constar en el acto de la prueba por no entrar en dimes
ni diretes con sujeto de tan vil estofa. Hace una
disertación anatómica sobre el cuerpo humano y el
cuerpo del perro: pide que se haga un nuevo ensayo, con
asistencia de médicos, y termina manifestando que no es
regular que a un español que, como él, ha dado
tantas pruebas de amor al rey y a la justa causa se le ponga en
competencia con un franchute palangana, demagogo y merecedor de
presidio.
Jura por una señal de † no proceder de malicia,
etc., etc.
El fiscal opinó, tomando en consideración el
alegato de Pequeño y la solicitud del Cabildo, que no era
todavía llegada la oportunidad de aceptar el ofrecimiento
de monsieur Manuel Bienvenido y que se practicase nuevo ensayo
del aparato.
En consecuencia se volvió a ordenar al alcalde del gremio
de aguadores que acopiase perros, y el 11 de noviembre se
constituyeron por segunda vez en la cárcel el alcalde
Palacios, el regidor don José María Galdeano y el
regidor don Juan Berindoaga, vizconde de San Donás, que
corriendo los años sufrió la pena de garrote por
causa política y por la inflexibilidad del Libertador
Bolívar. Dos minutos estuvo el perro bajo el torniquete,
sin más que un ligero atolondramiento. Tomose otro perro,
y a pesar de que el verdugo Manongo Ramos hizo fuerza hasta el
extremo de que crujiesen los maderos, quedó el segundo
mastín tan vivo como el primero.
Nuevo conflicto para el cabildo y para la Audiencia. El fiscal
Eyzaguirre dijo que estando abolida la horca y habiendo reos
sentenciados, hacía gran falta el garrote, y que pues un
francés se comprometía a construir el aparato, bien
podía ponérsele en libertad bajo de fianza; pero el
otro fiscal Pareja opinó que si quería trabajar
Bienvenido podía hacerlo en la cárcel, donde se le
proporcionarían herramientas. Don Miguel Fernández
de Córdova, intendente de Trujillo, por otra parte apuraba
para que se terminase la construcción del garrote; pues
condenado a muerte el reo Juan de la Rosa, no se le podía
ajusticiar por falta de garrote, más que por la carencia
de verdugo. El ejecutor titular Esteban Cocop acababa de morir en
Chongoyabe.
El maestro Pequeño no se daba por vencido, e
insistía en que con asistencia de médicos se
hiciera un último ensayo. Accedió la Audiencia y
nombró a los doctores don José Pezet, don
José Manuel Valdez, don Félix Devoti y don
José Manuel Dávalos, lumbreras de la ciencia
médica en el Perú.
Entretanto, había llegado el año 1814, el Cabildo
se había renovado, y eran alcaldes constitucionales don
Juan Bautista de la Valle y el marqués de Casa
Dávila. Después de mil pequeños incidentes,
los médicos informaron que la máquina del maestro
Pequeño no servía ni para matar perros.
El carpintero del navío Asia se comprometió
entonces a hacer el garrote, y el 18 de julio de 1814 fue el
día señalado para el ensayo. Sujeto el perro por
más de tres minutos, cuando lo separaron del garrote
quedó inmóvil; pero habiéndole echado un
jarro de agua por las orejas, empezó a dar lentamente
algunos pasos. He aquí el certificado de los
facultativos:
«Habiéndonos reunido el día de la fecha, en
cumplimiento de auto superior, en la cárcel de la ciudad,
al reconocimiento de la máquina de garrote, presenciamos
su operación en un perro, resultando que la referida
máquina es inútil, pues queda el animal con vida.-
Lima, julio 14 de 1814.- José Manuel Valdez.- José
Pezet.- José Manuel Dávalos».
Hasta aquí llega el expediente. No sabemos si se hicieron
ensayos posteriores, si se corrigieron los defectos del aparato
construido por el carpintero del navío Asia, o si hubo
otro artífice que lo perfeccionara; pues el expediente
termina con un oficio que el virrey Abascal pasó el 8 de
agosto a la Audiencia Nacional. Dice así este
oficio:
«En papel de 5 del actual me ha expuesto el Excmo.
Ayuntamiento que, merced a sus esfuerzos, está ya pronta
la máquina de dar garrote. En esta virtud, y para que el
ejercicio de la justicia no siga en suspenso y la falta de
castigo no aumente el número de malhechores, lo aviso a V.
E. para que se empiece a aplicar garrote a los condenados.- Dios
guarde a V. E. muchos años.- El marqués de la
Concordia».
Como se ve, fue necesario año y medio para hacer un
aparato tan sencillo como el del garrote; y el asunto tuvo
más peripecias y dificultades que las que hogaño va
presentando el alumbrado de la ciudad por luz eléctrica,
por mucho que los que no tenemos acciones de gas (que somos una
inmensa mayoría de paganos) prefiramos el nuevo sistema de
alumbrado, que lleva ya más pruebas o ensayos que el
garrote canino.