Capa colorada, caballo blanco y caja turún-tun-tun
Cuéntase en diversas crónicas que el licenciado Don
Juan de Betanzos fue comisionado por el virrey Mendoza para
escribir una historia de los incas y de los sucesos de la
conquista; que desempeñó con acierto el encargo,
pues era hombre entendido en letras y muy conocedor de las
lenguas quichua y aimará; y que parte del manuscrito que,
según fama, era bastante verídico y curioso,
desapareció a la muerte del virrey, quien tenía el
propósito de enviarlo a Europa para que se imprimiese.
¡Es lástima! El resto que se ha salvado permanece
todavía inédito, existiendo en Lima una copia
recientemente sacada de los archivos de Madrid.
Este licenciado Betanzos se avecindó en Puno, donde
contrajo matrimonio con la princesa Doña. Angelina, hija
de Atahualpa y en otro tiempo querida de Don Francisco
Pizarro.
Pero no es del licenciado, sino del retoño que tuvo en
Doña Angelina y que también se llamó Don Juan
de Betanzos, de quien voy a ocuparme en esta
tradición.
Como heredero de dama tan ilustre, el joven Betanzos era el
señor feudal de Azángaro. Los indios veían
en él un vástago de sangre real, y
tributábanle grandes homenajes. Pero Betanzos que, por su
riqueza y por su cuna, pudo ser caudillo de los indios y aspirar
a ceñirse el llautu rojo, engreíase con su abolengo
español, teniendo en poco su ascendencia materna.
Betanzos llevaba una existencia fastuosa y disipada en
Azángaro, donde, en el distrito de Arapa, poseía
minas que le daban una renta diaria de treinta marcos de plata.
Con fortuna tal, que muchos monarcas de Europa codiciarían
hoy mismo, inútil es añadir que españoles y
criollos lo adulaban a porfía.
Por el año de 1600 fue nombrado alcalde de Azángaro
un vizcaíno, hombre áspero y templado como el
hierro de sus montañas patrias, y que no aguantaba que
chico ni grande desobedeciese en un ápice los mandatos de
la autoridad.
Promulgose un día bando para que, después del toque
de cubrefuego, ningún vecino anduviese por las calles
pelando la pava o cantando yaravíes para engatusar a las
muchachas.
Don Juan tenía a la sazón su quebradero de cabeza
con una linda criolla, a la que acostumbraba festejar con
músicas nocturnas, dándosele un bledo del bando.
Sorprendiole una noche la ronda, y aunque los alguaciles lo
amonestaron cortésmente, él los envió a mala
parte, llevándose de encuentro al alcalde.
Al escándalo acudió éste, oyose llamar
pícaro y zopenco, y dejándose de contemplaciones,
que su merced tenía sangre en el ojo, sopló en la
cárcel pública al nieto de Atahualpa, y al
día siguiente lo puso en libertad, no sin echarle un
sermoncito cuaresmero por el desacato a la autoridad.
¡Cascarones! Un alcalde de monterilla encanallar así
a quien contaba por abuelos catorce reyes, salvo error de suma o
pluma. ¡Habrá atrevido! ¡Cascaroncitos con el
vizcaíno!
Tan a lo vivo hubo de llegarle el ultraje al orgulloso mancebo,
que juró no volver a Azángaro sino desagraviado con
el castigo o humillación del vizcaíno, y
corrió a esconder su sonrojo en las minas de Arapa.
Dice la tradición que fue entonces cuando sacó un
trozo de plata maciza que pesaba casi tres arrobas y que
tenía la forma perfecta de una cabeza de toro, curiosidad
que, con un memorial bien parlado, envió de regalo al rey.
A la vez, y como para impedir que el escrito se fuese a pique en
la corte, cuidó de acompañarlo con mucho lastre, es
decir, con obsequios para los personajes más influyentes
en el ánimo del monarca.
Parece que en el memorial, después de ocuparse de su regia
estirpe, se extendía en quejas sobre el pasado ultraje, y
solicitaba concesiones que pusieran en relieve su calidad de
príncipe.
Muchas pero desgraciadamente ineficaces diligencias he hecho para
obtener copia de la respuesta del monarca, y tengo que
conformarme con repetir lo que corre en boca de todos los vecinos
de Puno.
Refieren ellos que por cédula real, fechada en Barcelona
en junio de 1603, obtuvo Don Juan de Betanzos las siguientes
mercedes:
Primera: que en veinte leguas a la redonda de Azángaro
fuese considerado con los honores y prerrogativas de
príncipe, debiendo las autoridades de los pueblos que
él visitase en esa demarcación salir a recibirlo
desde seiscientas varas castellanas fuera de poblado.
Segunda: que entrase en los pueblos con repique de campanas,
montado en caballo blanco, cubierto con capa colorada y precedido
de heraldos con cuerno de caza y caja turún-tun-tun (frase
textual).
Tercera: que no estaba sujeto a la justicia de Indias; pues el
monarca se avocaba el conocimiento de toda causa contra el
agraciado por su real bondad.
Cuarta: que su casa se llamase villa de Betanzos.
A poquísima distancia del mineral de Arapa vense hoy mismo
los cimientos de la villa de Betanzos, llamando la
atención del viajero las ruinas de un espacioso templo. La
decadencia del mineral y el porqué quedó sin
terminarse la erección de la villa son puntos que acaso me
servirán de argumento para otra tradición.
Según el censo oficial formado en 1876, la villa de
Betanzos es hoy un miserable caserío habitado por
veinticinco personas, y Paz Soldán en su Diccionario
geográfico del Perú apenas consigna el nombre de la
que fue morada del opulento Don Juan.
Cuando supo Betanzos que en el Cabildo de Azángaro se
había dado lectura a la real cédula, salió
una mañana de Arapa, acompañado de muchos amigos,
vistiendo capa colorada de paño de Córdoba y
cabalgando un bien enjaezado potro de raza andaluza, blanco como
leche sin bautizar.
A una cuadra de distancia, y a todo correr, iba un chasqui
tocando un tambor y otro indio que hacía repercutir un
bronco cuerno de caza.
En Azángaro no había campana que repicase; pero los
cabildantes obedecieron al pie de la letra el real mandato
saliendo a recibir con la capa de gala la visita del
príncipe.
Este recorrió el grupo buscando la fisonomía del
alcalde vizcaíno; pero su merced acababa de hacer
dimisión de la vara y trasladádose a Lima, para
libertarse del compromiso de honrar a quien en chirona tuvo.
¡Cascarones con el vizcaíno astuto!
Añaden los que esta historia relatan que, chasqueado Don
Juan en su propósito de humillar al alcalde, no
volvió a hacer uso de los privilegios que le acordarala
real cédula, en cuanto a entrar en los pueblos hecho un
apóstol Santiago con el apéndice de cuerno y caja
turún-tun-tun.