Don Martín Fernández de Navarrete publicó en
Madrid en 1825 dos volúmenes de una importantísima
obra sobre América. Según él, Blasco de
Garay, capitán de mar, presentó al emperador Carlos
V en 1543 una máquina por medio de la cual embarcaciones
del mayor porte pudieran navegar sin ayuda de remos ni de velas.
No obstante la oposición que encontró este
proyecto, el emperador, aleccionado con la que experimentó
Colón en tiempo de la católica reina,
resolvió que se hiciera un ensayo, como en efecto se
realizó con buen éxito en el puerto de Barcelona el
17 de junio de 1513.
Garay nunca dio a conocer los detalles de su máquina; pero
al tiempo de hacerse el experimento, se observó que
consistía en una gran caldera de agua hirviendo y una
rueda movible puesta a cada lado del buque.
El ensayo se hizo sobre un barco de doscientas toneladas, llamado
La Trinidad, cuyo capitán se nombraba Pedro de
Scarsa.
Por orden de Carlos V y de su hijo el príncipe Don Felipe,
estuvieron presentes Don Enrique de Toledo y otros magnates, que
aplaudieron la máquina y especialmente la facilidad con
que viraba el buque.
El tesorero Rávago, enemigo del proyecto, dijo que
sólo andaría el buque dos leguas en tres horas, que
la máquina era muy costosa y complicada, y que
ofrecía el constante riesgo de reventar la caldera.
Acabado el experimento, Garay quitó del buque su
máquina, y habiendo depositado en el arsenal de Barcelona
las piezas de madera, guardó él mismo las
restantes, que acaso eran las principales.
No obstante las dificultades y oposición de Rávago,
la invención fue aprobada; y si no se hubiera malogrado la
expedición en que por entonces estaba ocupado Carlos V,
sin duda que la hubiera favorecido. Sin embargo, ascendió
a Garay, le dio en dinero doscientos mil maravedises, e hizo
pagar por su tesorería todos los gastos del invento.
Hasta aquí las noticias que nos proporciona la citada obra
del Sr. Fernández de Navarrete, quien asegura haberlas
adquirido en los códices y registros originales
conservados en el archivo de Simancas, entre los documentos
públicos de Cataluña correspondientes al año
de 1543.
La América, periódico interesantísimo que en
1857 publicaba en Madrid el poeta Don Eduardo Asquerino, registra
un erudito artículo de don Antonio Ferrer del Río,
en el cual, con gran copia de razones, sostiene este distinguido
escritor que Blasco de Garay estuvo muy lejos de aplicar el vapor
a la navegación, y que su invento se redujo a un barco con
ruedas, a las que se daba impulso por medio de vigas y cilindros.
Añade también que por documentos que existen en el
archivo de Simancas, consta que en 1539 elevó Blasco de
Garay a Carlos V un memorial en el cual ofrecía: «
l.º Sacar buques de debajo del agua, aun cuando estuviesen
sumergidos a cien brazas de profundidad, con solo el auxilio de
dos hombres. 2.º Un aparato para que cualquiera pudiera
estar sumergido bajo el agua todo el tiempo que le conviniese.
3.º Otro aparato para descubrir con la simple vista objetos
en el fondo del mar. 4.º La manera de mantener bajo el agua
una luz encendida. 5.º El medio de convertir en dulce el
agua salobre». Convengamos en que si Blasco de Garay
hubiera alcanzado a cumplir la mitad de las maravillas que en el
memorial prometía, habría hecho más que el
moderno Erickson, a quien tantos prodigios se atribuyen.
En otro número de La América, correspondiente a
febrero de 1858, se lee un artículo firmado por el jefe de
marina Don Miguel Lobo, quien apoya las noticias dadas por
Fernández de Navarrete y refuta Ferrer del
Río.
Dejemos, pues, el punto en tela de juicio. Otros decidan si fue
Blasco de Garay el primero en aplicar el vapor a la
navegación.
El drama de Balzac Les resources de Quinola pinta las fatigas y
contrariedades de que fue víctima Blasco de Garay. Presumo
que el gran novelista francés tendría
ocasión de consultar documentos relativos al maravilloso
invento.
Después de Blasco de Garay, Salomón Caus hizo en
Francia en 1615 una aplicación del vapor. Parece que fue
desatendido, y murió loco en Bicetre.
Fue en 1807 cuando Roberto Fulton, natural de Lancaster en los
Estados Unidos, construyó el Clermont, vaporcito que
navegó desde Nueva York hasta Albany; y en 1814 un
inglés, Jorge Stepheson, creó la locomotora, de la
cual sólo en 1830 vino a hacerse aplicación
práctica.
En cuanto a la hélice que ha sustituido a las ruedas de
los antiguos vapores, fue invención de Federico Sauvage,
francés que murió de miseria y medio loco en
París el año 1857.
Generalmente se cree que los primeros vapores que han venido al
Pacífico fueron el Chile y el Perú en 1840.
Combatiendo este error de los contemporáneos, he
aquí, en extracto, lo que refiere mi camarada Simón
Camacho en su curioso libro El Ferrocarril de Arequipa.
El primer vapor que llegó a las costas del Perú fue
el Telica, capitán Metrovitch, cuyo buque hizo viaje a la
vela de Europa a Guayaquil; y allí recibió
máquina, bandera colombiana y pasajeros.
Fue esto por los años de 1828 a 1830.
El Telica salió de Guayaquil con dirección al
Callao; pero retardado en su viaje por causa de las nieblas,
falto de combustible, exasperado el capitán por las quejas
de los que a bordo venían, y más que todo por los
desdenes de una bellísima pasajera, resolvió poner
trágico fin a sus angustias. El Telica tuvo que arribar al
puertecito de Huarmey, y apenas fondeado, los pasajeros se
trasbordaron con sus equipajes a las canoas de los indios
pescadores, dirigiéndose inmediatamente a tierra.
Hallábanse ya almorzando en el tambo de Huarmey, cuando
Metrovitch disparó un pistoletazo sobre un barril de
pólvora e hizo volar el vapor, salvándose
sólo el marinero Tomás Jump, que a nado pudo llegar
a la playa. Don Tomás Jump era en 1845 uno de los
más ricos comerciantes del Callao.
La relación de Camacho nos ha sido ratificada
después por Don Santiago Freundt, comerciante del Callao,
que fue uno de los pasajeros del Telica y testigo, por
consiguiente, de la catástrofe. En ella, y en el
desdeñado amorío del capitán, puede hallar
vasto tema la fantasía de un novelista.