Doña Inés de Muñoz, que en primeras nupcias
casó con Martín de Alcántara, hermano
uterino de D. Francisco Pizarro, y que al enviudar contrajo
matrimonio con el acaudalado D. Antonio de Rivera, caballero de
Santiago, fue la primera dama española que hubo en Lima.
Al fallecimiento de su segundo marido, que la dejó
heredera de pingüe fortuna, consagró ésta a la
fundación de un monasterio en el que entró monja,
alcanzando al morir (en 1594) a la edad de ciento once
años. ¡Vivir fue!
Cuentan de doña Inés (si bien no falta autor que
haga a la viuda del capitán Chávez, que
murió defendiendo a Pizarro, protagonista de esta
historieta) que sus deudos de España, a quienes ella no
olvidaba favorecer con gruesos donativos de dinero, la enviaban,
siempre que oportunidad se presentaba y por vía de
agradecido agasajo, tres o cuatro cajones conteniendo frutos
escasos o desconocidos en el Perú.
Hallábase de visita en casa de ella el marqués
gobernador, en momentos que a doña Inés entregaban
una remesa llegada de Cádiz, y la amable dama
invitó a su cuñado a comer, para el día
siguiente, una olla podrida en que los garbanzos, judías,
chorizo extremeño y demás artículos
regalados campearían en el plato.
Hizo la casualidad que, al abrir uno de los cajones, se fijase
doña Inés en unos pocos granos de trigo confundidos
entre los garbanzos; y ella y sus criadas echáronse a tan
minuciosa rebusca, que llegaron a juntar hasta cuarenta y cinco
granos de trigo.
Doña Inés hizo con ellos un almácigo en el
jardinillo de su casa, y a poco brotaron las espigas y tras ellas
el grano.
Cuatro años después el almácigo había
dado origen a muchos trigales en las huertas de los alrededores
de Lima, estableciéndose por Pizarro un molino, y
amasándose pan para el vecindario, que lo pagaba a medio
real de plata la libra.
Y de Lima pasó el cultivo del trigo a los fértiles
valles de Arequipa y Jauja, y últimamente a Chile, donde
hoy constituye un productivo ramo de comercio.