Que no hay causa tan mala que no deje resquicio para defensa, es
lo que quedan probar las viejas con la frase: «Traslado a
Judas». Ahora oigan ustedes el cuentecito: fíjense
en lo substancioso de él y no paren mientes en pormenores;
que en punto a anacronismos, es la narradora anacronismo con
faldas.
Mucho orden en las filas, que la tía Catita tiene la
palabra. Atención y mano al botón. Ande la rueda y
coz con ella.
Han de saber ustedes, angelitos de Dios, que uno de los doce
apóstoles era colorado como el ají y rubio como la
candela. Mellado de un diente, bizco de mirada, narigudo como ave
de rapiña y alicaído de orejas, era su merced feo
hasta para feo.
En la parroquia donde lo cristianaron púsole el cura Judas
por nombre, correspondiéndole el apellido de Iscariote,
que, si no estoy mal informada, hijo debió ser de
algún bachiche pulpero.
Travieso salió el nene, y a los ocho años era el
primer mataperros de su barrio. A esa edad ya tenía hecha
su reputación como ladrón de gallinas.
Aburrido con él su padre, que no era mal hombre, le
echó una repasata y lo metió por castigo en un
barco de guerra, como quien dice: «anda, mula,
piérdete».
El capitán del barco era un gringo borrachín, que
le tomó cariño al pilluelo y lo hizo su pajecico de
cámara.
Llegaron al cabo de años a un puerto; y una noche en que
el capitán después de beberse setenta y siete grogs
se quedó dormido debajo de la mesa, su engreído
Juditas lo desvalijó de treinta onzas de oro que
tenía al cinto, y se desertó embarcado en el
Chinchorro, que es un botecito como una cáscara de nuez,
y... ¡la del humo!
Cuando pisó la playa se dijo: «pies, ¿para
qué os quiero?» y anda, anda, anda, no paró
hasta Europa.
Anduvo Judas la Ceca y la Meca y la Tortoleca, visitando cortes y
haciendo pedir pita a las treinta onzas del gringo. En
París de Francia casi le echa guante la policía,
porque el capitán había hecho parte
telegráfico pidiendo una cosa que dicen que se llama
extradición, y que debe ser alguna trampa para cazar
pajaritos. Judas olió a tiempo el ajo, tomó pasaje
de segunda en el ferrocarril, y ¡abur!, hasta Galilea. Pero
¿adónde irá el buey que no are?, o lo que es
lo mismo, el que es ruin en su villa, ruin será en
Sevilla.
Allí, haciéndose el santito y el que no ha roto un
plato, se presentó al Señor, y muy compungido le
rogó que lo admitiese entre sus discípulos. Bien
sabía el pícaro que a buena sombra se arrimaba para
verse libre de persecuciones de la policía y requisitorias
del juez; que los apóstoles eran como los diputados en lo
de gozar de inmunidad.
Poquito a poco fue el hipocritonazo ganándole la voluntad
al Señor, y tanto que lo nombró limosnero del
apostolado. A peores manos no podía haber ido a parar el
caudal de los pobres.
Era por entonces no sé si prefecto, intendente o
gobernador de Jerusalén un caballero medio bobo, llamado
don Poncio Pilatos el catalán, sujeto a quien manejaban
como un zarandillo un tal Anás y un tal Caifás, que
eran dos bribones que se perdían de vista. Éstos,
envidiosos de las virtudes y popularidad del Señor, a
quien no eran dignos de descalzar la sandalia, iban y
venían con chismes y más chismes donde Pilatos; y
le contaban esto y lo otro y lo de más allá, y que
el Nazareno había dado proclama revolucionaria incitando
al pueblo para echar abajo al gobierno. Pero Pilatos, que para
hacer una alcaldada tenía escrúpulos de
marigargajo, les contestó: «Compadritos, la ley me
ata las manos para tocar ni un pelo de la túnica del
ciudadano Jesús. Mucha andrómina es el latinajo
aquel del habeas corpus. Consigan ustedes del Sanedrín
(que así llamaban los judíos al Congreso) que
declare la patria en peligro y eche al huesero las
garantías individuales, y entonces dense una vueltecita
por acá y hablaremos».
Anás y Caifás no dejaron eje por mover, y armados
ya de las extraordinarias, le hurgaron con ellas la nariz al
gobernante, quien estornudó ipso facto un mandamiento de
prisión. Líbrenos Dios de estornudos tales per omnia saeculorum. Amén, que con amén se sube al Edén.
A fin de que los corchetes no diesen golpe en vago, resolvieron
aquellos dos canallas ponerse al habla con Judas, en quien por la
pinta adivinaron que debía ser otro que tal. Al principio
se manifestó el rubio medio ofendido y les dijo:
«¿Por quién me han tomado ustedes,
caballeros?». Pero cuando vio relucir treinta monedas, que
le trajeron a la memoria reminiscencias de las treinta onzas del
gringo, y a las que había dado finiquito, se dejó
de melindres y exclamó: «Esto es ya otra cosa,
señores míos. Tratándome con buenos modos,
yo soy hombre que atiendo a razones. Soy de ustedes y manos a la
obra».
La verdad es que Judas, como limosnero, había metido cinco
y sacado seis, y estaba con el alma en un hilo temblando de
qué, al hacer el ajuste de cuentas, quedase en
transparencia el gatuperio.
El pérfido Judas no tuvo, pues, empacho para vender y
sacrificar a su Divino Maestro.
Al día siguiente y muy con el alba, Judas, que era
extranjero en Jerusalén y desconocido para el vecindario,
se fue a la plaza del mercado y se anduvo de grupo en grupo
ganoso de averiguar el cómo el pueblo comentaba los
sucesos de la víspera.
-Ese Judas es un pícaro que no tiene coteja -gritaba uno
que en sus mocedades fue escribano de hipotecas.
-Dicen que desde chico era ya un peine -añadía un
tarambana.
-Se conoce. ¡Y luego, cometer tal felonía por tan
poco dinero! ¡Puf, qué asco! -argüía un
jugador de gallos con coracha.
-Hasta en eso ha sido ruin -comentaba una moza de trajecito a
media pierna-. Balandrán de desdichado, nunca
saldrá de empeñado.
-¡Si lo conociera yo, de la paliza que le arrimaba en los
lomos lo dejaba para el hospital de tísicos! -decía
con aire de matón un jefe de club que en todo bochinche se
colocaba en sitio donde no llegasen piedras-. Pero por las
aleluyas lo veremos hasta quemado.
Y de corrillo en corrillo iba Judas oyéndose poner como
trapo sucio. Al cabo se le subió la pimienta a la nariz de
pico de loro, y parándose sobre la mesa de un carnicero,
gritó:
-¡Pido la palabra!
-La tiene el extranjero -contestó uno que por la prosa que
gastaba sería lo menos vocal de junta consultiva.
Y el pueblo se volvió todo oídos para escuchar la
arenga.
-¿Vuesas mercedes conocen a Judas?
-¡No! ¡No! ¡No!
-¿Han oído sus descargos?
-¡No! ¡No! ¡No!
-Y entonces, pedazos de cangrejo, ¿cómo fallan sin
oírlo? ¿No saben vuesas mercedes que las
apariencias suelen ser engañosas?
-¡Por Abraham, que tiene razón el extranjero!
-exclamó uno que dicen que era regidor del
municipio.
-¡Que se corra traslado a Judas!
-Pues yo soy Judas.
Estupefacción general. Pasado un momento gritaron diez mil
bocas:
-¡Traslado a Judas! ¡Traslado a Judas!
¡Sí, sí! ¡Que se defienda! ¡Que
se defienda!
Restablecida la calma, tosió Judas para limpiarse los
arrabales de la garganta, y dijo:
-Contesto al traslado. Sepan vuesas mercedes que en mi conducta
nada hay de vituperable, pues todo no es más que una
burleta que les he hecho a esos mastuerzos de Anás y
Caifás. Ellos están muy sí señor y
muy en ello de que no se les escapa Jesús de Nazareth.
¡Toma tripita! ¡Flojo chasco se llevan, por mi
abuela! A todos consta que tantos y tan portentosos milagros ha
realizado el Maestro, que naturalmente debéis confiar en
que hoy mismo practicará uno tan sencillo y de pipiripao
como el salir libre y sano del poder de sus enemigos, destruyendo
así sus malos propósitos y dejándolos con un
palmo de narices, gracias a mí que lo he puesto en
condición de ostentar su poder celeste. Entonces sí
que Anás y Caifás se tirarán de los pelos al
ver la sutileza con que les he birlado sus monedas en castigo de
su inquina y mala voluntad para con el Salvador.
¿Qué me decís ahora, almas de
cántaro?
-Hombre, que no eres tan pícaro como te juzgábamos,
sin dejar por eso de ser un grandísimo bellaco
-contestó un hombre de muchas canas y de regular meollo
que era redactor en jefe de uno de los periódicos
más populares de Jerusalén.
Y la turba, después de oír la opinión del
Júpiter de la prensa, prorrumpió en un:
«¡Bravo! ¡Bravo! ¡Viva
Judas!».
Y se disolvieron los grupos, sin que la gendarmería
hubiese tenido para qué tomar cartas en esa
manifestación plebiscitaria, y cada prójimo
entró en casita diciendo para sus adentros:
-En verdad, en verdad que no se debe juzgar de ligero. Traslado a
Judas.