Que las finanzas del Perú han andado siempre dadas al
demonio, es punto menos que verdad de Perogrullo. Por fortuna,
los peruleros somos gente da tan buena pasta, que maldito si
paramos mientes en la cosa.
-En tabaco para el rey -contesta sonriendo algún vejete- y
punto en boca.
El tal estribillo en tabaco para el rey no ha podido nacer solo
(cavilé yo un día), y díme a buscar su
origen, el cual, sin que quede pizca de duda, es el
siguiente:
Don Fermín de Carvajal y Vargas, natural de Chile, noveno
y último correo mayor de las Indias, conde del Puerto y de
Castillejo, señor de Valfondo, caballero de Santiago, y
más tarde teniente general del reino, granela de
España y primer duque de San Carlos, blasonaba de
descender de los reyes de León a la par que de los
primeros conquistadores del Perú. Alcalde del Cabildo de
Lima y muy pagado de sus pergaminos, dio el señor conde en
la flor de tratar con poco miramiento al virrey, quien se
amostazó al cabo y le correspondió con un desaire.
Desde entonces quedó entre ellos mutua inquina y
enemiga.
El de Castillejo puso en orden su cuantiosa hacienda, y muy
redondo de fortuna se marchó para España.
Desde esa época los duques de San Carlos empezaron a
figurar en primera línea en la corte de Madrid. El
primogénito de Don Fermín y su sucesor en el
título fue nacido en Lima, y como literato mereció
la distinción de ser director de la Real Academia
Española, honor que hoy (1883) disfruta también
otro limeño (Don Juan de la Pezuela, conde de Cheste). El
tercer duque de San Carlos, nacido igualmente en Lima, fue el
favorito de Fernando VII, y a sus maquinaciones se debió
la abdicación de Carlos IV. Hijo segundo del primer duque
de San Carlos fue el famoso conde de la Unión,
limeño ilustre que tuvo el mando de los ejércitos
españoles en la campaña del Rosellón y que
murió heroicamente en el campo de batalla.
Parece que Amat tuvo noticia de que en la corte se ocupaba don
Fermín en dañarlo, y con tal motivo le
escribió una carta algo dura. Ésta nos es
desconocida; pero a la vista tenemos (entre los manuscritos de la
Biblioteca Nacional) la que le contestó el conde, fechada
en Cádiz a 6 de noviembre de 1775.
De la destemplada carta del duque de San Carlos copiaremos las
siguientes líneas, por ser las que a nuestro
propósito convienen:
«Si mis ascendientes no hubieran sacrificado sus cuantiosas
rentas en honor y defensa de la monarquía, más
adelantamientos disfrutara de los que logro. Téngolo
así justificado, no admite duda; ni tampoco el que V. E.
ha sido bien pagado de sus servicios y no desembolsando ochenta
mil pesos que en pacificar la provincia de Huarochirí
gastó mi casa en 1750, que no lo ha hecho la de V. E. ni
fue capaz de hacerlo desde su fundación, y hoy se halla
con conveniencias, gracias al Perú y no a sus rentas, como
toda Cataluña lo decanta. Cuando V. E. deje de ser virrey
no será más que un particular rico, enriquecido de
la nada, sin haberlo heredado ni trabajado. Se sabe, y con
pruebas, que llegaba un hombre de bien a ofrecer 16000 pesos por
un gobierno como el de Guanta, y porque otro advenedizo
ofreció 18000 fue aquél desatendido. Agregue V. E.
a estas acusaciones tres millones y más de pesos que se
embarcaron en la ciudad de Santiago de Chile en cajones rotulados
Tabaco para el rey, y verá si son pocos los cargos que
tiene que desvanecer».
En el tomo XXV de Papeles varios de la Biblioteca de Lima se
encuentra un opúsculo de 100 páginas en 4º,
titulado Drama de los palanganas, en el cual se habla
también de los tres millones en tabaco. Ese
opúsculo, de autor anónimo, contiene muchos
chismecillos sobre la vida privada del virrey Amat.
Y pues viene al caso, dejemos aquí consignado que fue en
1753 cuando se efectuó en Lima la erección del real
Estanco de tabacos, naipes, papel sellado, pólvora y
breas, bajo la superintendencia del virrey. En 1800
gastábanse cincuenta y cinco mil pesos anuales en sueldo
de empleados del Estanco.
¡Tres millones en tabaco! ¡Fumar es!
¡Y en tiempos en que no daban jugo el guano ni el
salitre!
Ahora decidan ustedes si tiene o no entripado la frase de los
viejos cuando se trata de algún gran gatuperio
rentístico: tabaco para el rey.