El conquistador del Perú, menos afortunado en esto que el
de Méjico, apenas si ha legado a la posteridad una copia
de su rostro, y es la que existe entre los cuarenta y cinco
retratos que componen la galería de gobernadores y
virreyes que el Perú tuvo en los siglos del coloniaje,
galería que visitan los viajeros en uno de los salones de
la Biblioteca Nacional.
Entre los grabados o láminas de muchos libros hemos
encontrado el busto de Pizarro; pero siempre es un Pizarro de
fantasía. Lo representan con rostro oval y barba
pobladísima, vestido de hierro y con casco, en cuya cimera
flamea vistoso y elegante plumaje. Es un Pizarro como el poeta y
el artista se lo imaginan que debió ser, y no como fue en
realidad.
España misma no tiene un retrato de Pizarro tal como se le
conoció en Lima, y ni el Municipio de las ciudades por
él fundadas (Lima y Trujillo) posee la imagen del
fundador.
Tiempo es ya de reparar este descuido, encomendando los alcaldes
a nuestros más aventajados pintores copia del que existe
en la Biblioteca Nacional de Lima, retrato que empieza a
deteriorarse, más que por el transcurso de tres siglos y
cuarto, por la incuria en que antes se le tuvo.
En 1571, bajo el gobierno del virrey don Francisco de Toledo,
esto es, a los treinta años de muerto Pizarro,
acordó el Cabildo de Lima colocar en su sala de sesiones
el retrato del marqués y los de Gasca, Vaca de Castro,
Núñez Vela, conde de Nieva y marqueses de
Mondéjar y de Cañete. Pagose en ochenta ducados
cada lienzo, y como en Lima no había aún pintores
que mereciesen el nombre de artistas, encomendose el trabajo a
tres españoles aficionados al arte de Apeles.
El designado para hacer el retrato de don Francisco fue un
andaluz cuyo nombre no hemos alcanzado a descubrir. El pintor se
había establecido en Lima en 1538, conocido y tratado
bastante al gobernador Pizarro, que pasaba gran parte de su
tiempo recorriendo la ciudad para activar la construcción
de edificios.
El pintor hizo, pues, un retrato de memoria; y estando vivos
muchos de los contemporáneos de Pizarro pudo atender
observaciones fundadas, y corregir descuidos o faltas en que su
pincel pudiera haber incurrido.
He aquí el porqué sostenemos que el único
retrato, si no de completa semejanza, por lo menos aproximado que
del marqués Pizarro existe, es el que se conserva en la
Biblioteca. El sabio Prescott pensó como nosotros, y por
eso en la edición que de su Historia del Perú
apareció en Londres en 186..., hizo grabar sobre acero una
copia, muy bien ejecutada, del que estimamos real.
Sentimos tener con este artículo que despoetizar la figura
de Pizarro; pero el culto que debemos tributar a la verdad
histórica nos obliga a ello.
Por eso hemos dicho antes de ahora, y lo repetimos hoy, que el
Pizarro tan gallardo y apuesto que se ve en el famoso cuadro Los
funerales de Atahualpa, de nuestro compatriota Luis Montero, es
un Pizarro fantástico, creado exclusivamente por el genio
y hábil pincel del ilustre pintor; pero no el Pizarro
humano y prosaico que Dios creara. Si bien es cierto que en Viena
se exhibe un retrato, obra de pincel español, como
verdadera imagen del gran soldado extremeño, no han
faltado opiniones que combatan tal afirmación.
Presúmese que cuando Pizarro fue a España para
celebrar con la reina madre las estipulaciones de Toledo, se
dejó retratar por uno de los más afamados artistas.
El hecho es que la presunción no está
comprobada.
Por conclusión queremos apuntar también la idea de
que sería muy digno del Cabildo de Lima levantar un
monumento o estatua al fundador de la ciudad, como la que se
encuentra en Trujillo de Extremadura, poniendo como
inscripción estos versos que el poeta arequipeño
Trinidad Fernández tradujo del inglés en
1875:
«Pizarro vivió aquí. Jamás la
historia
otro nombre ha elevado a mayor gloria.
Poderoso, en espíritu y materia,
no se rindió a fatiga ni a miseria.
Fue, por doquiera, activo y valeroso,
nunca vencido, siempre victorioso.
En su ambición y temerario arrojo,
un gran imperio subyugó a su antojo.
Fueron oro y poder su recompensa,
y hoy la posteridad su nombre inciensa.
Hay otro mundo do serán juzgados
por sus obras los justos y malvados.
Lector, entonces satisfecho advierte,
aunque te haya cabido muy ruin suerte,
que no te hizo el Señor del mismo barro
que al inmortal conquistador Pizarro».