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El patronato de San Marcos

Gran tole tole había en la buena sociedad limeña por el mes de septiembre del año 1574. Y la cosa valía la pena, como que se trataba nada menos que de elegir santo patrono para la Real y Pontificia Universidad de Lima, recientemente creada por cédula del monarca y bula de Roma.

El nuevo rector don Juan de Herrera, que era abogado y que había reemplazado a los médicos Meneses y Sánchez Renedo, que fueron los dos primeros rectores, se inclinaba con los demás leguleyos a San Bernardo. El partido de los galenos exhibía a San Cipriano y los teólogos estaban decididos por Santo Tomás. El virrey, como para poner en paz a los tres bandos, propuso la candidatura de San Agustín.

Las limeñas, que en esos tiempos (y por no perder la costumbre hasta en los nuestros) se metían en todo, se propusieron hacer capítulo por los cuatro evangelistas; y húbolas partidarias de San Juan, San Lucas, San Alarcos y San Mateo. Así cada doctor de la Universidad, si era hombre en disponibilidad para marido, se encontraba con que su novia le pedía el voto para el águila de Patmos, y sus hermanas para San Lucas. Y si era casado, la mujer aspiraba a conquistarlo para San Marcos, y la suegra para San Mateo.

Ni los teólogos estaban libres de que la confesada o hija de espíritu se insinuase en favor del evangelista de sus simpatías.

¡Qué desgracia la mía! Si yo hubiera comido pan en ese siglo, y además sido doctor, créanme ustedes que sacaba el vientre de mal afeo. Vendía mi voto baratito. Me parece que un celemín de besos no habría sido mucho pedir.

Convocose a claustro para el 6 de septiembre, y San Marcos sacó cinco votos, cuatro San Juan y San Lucas, y tres San Mateo que fue el candidato de las viejas. En cuanto a San Agustín, San Cipriano, Santo Tomás y San Bernardo, todos pasaron de la docena, como que eran sesenta y ocho los doctores del claustro.

No habiendo alcanzado mayoría ningún santo, quedó la votación para repetirse en la semana siguiente. A cubiletear, se ha dicho.

Las limeñas calcularon entonces, y calcularon muy juiciosamente, que anarquizadas como estaban, no había triunfo posible para evangelista alguno. Dicen los hombres de política que esto del voto acumulativo para dar representación a las minorías, es invento del siglo XIX. Mentira, y mentira gorda, digo yo. El voto acumulativo es cosa rancia, en el Perú por lo menos. Lo inventaron las limeñas ha tres siglos.

Ellas querían un evangelista, y resolvieron acumular en favor de San Marcos, que fue el que mejor parado salió en la votación primera.

En el segundo claustro, que se efectuó el 16 de septiembre, retiró el virrey la candidatura de San Agustín, y diz que en ello cedió a influencias de faldellín de raso. Los adeptos del Santo Obispo de Hipona fueron a reforzar las filas de los tomistas, bernardistas y ciprianistas.

Divide et impera, se habían dicho mis paisanas. También el bando de los evangelistas se reforzó con dos o tres agustinianos.

La votación fue reñida, muy reñida; pero nadie sacó la mayoría precisa. Resolviose convocar a claustro para el día 20, y que la suerte decidiera.

Llegado el día, echáronse en la ánfora cuatro papeletas con los nombres de Santo Tomás, San Bernardo, San Cipriano y San Marcos; y un niño de cinco años, de la familia del virrey, fue llevado para hacer la extracción. Así no habría ni sospecha de trampa.

¡Victoria por las limeñas! La suerte, que es femenina, las favoreció. En pleno claustro, el 22 de diciembre de 1574, fue solemnemente proclamado y jurado el evangelista del toro matrero como patrón de la Real y Pontificia Universidad de Lima.
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