Dicen unos que fue el excelentísimo señor don
Francisco Javier de Venegas, teniente general de los reales
ejércitos y quincuagésimo noveno virrey de
Méjico, el personaje de esta tradición; y otros
dicen que lo fue el excelentísimo señor don
Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete
y montero mayor de Felipe II. Sabido es que el de Cañete,
apenas llegó al Perú, probó que era hombre
bragado y de sangre en el ojo, pues bastole el simple informe de
que los conquistadores Piedrahita y Díaz el Membrudo
estaban siempre así listos para un fregado como para un
barrido, esto es, con ánimo dispuesto al barullo, para
que, sin más averiguarlo, exclamase su excelencia:
-¡Voto a los pelos del diablo! ¿Esas tenemos,
señor Alonso Díez? Pues adelante con calzones de
ante. ¡Hola! ¿Y el de Piedrahita luce barba pintada?
¡Malo! Barba de tres colores no la gastan sino traidores,
¡Pardiobre!
Y mandó descabezar bochincheros.
Sea de ello lo que fuere, virrey peruano o virrey mejicano, que
ahogarme en tan poca agua sería como dejarme cortar juego,
de mano y con cinco estuches, cuéntase, por contadores de
cuenta, historia muy de contar. Y es ella que su excelencia hizo
su entrada solemne en la capital del virreinato (llámese
Lima o Méjico, peccata minuta) luciendo modesta capa,
jubón y gregüescos de paño negro, sin
guirindola de encajes, cruces, veneras, bordados ni relumbrones,
y que miró muy por encima del hombro a los
engreídos criollos, serranos de la costa y marisqueadores
de la sierra que asistieron al besamanos de palacio.
Fama traía el virrey de ser viejo de malas pulgas,
socarrón y de arrequives, nada comadrero, y capaz el
día en que amaneciera con la vena gruesa de ahorcar, a
topanarices y por vía de desayuno, al más
empingorotado, siquier fuese paraninfo de los cielos y campana
gorda de la guapeza. Su excelencia, en vez de espada y daga
toledana, ceñía al cinto un guadifeño de
esos de virola y golpetillo, que era como repetir lo que dijo el
virrey Blasco Núñez, cuando por su mano dio muerte
al factor Suárez de Carvajal: "«¡Ojo, que
conmigo no hay tustús ni papelorios, sino puñalada
limpia y tenteperro; que mal vinagre o buen jerez, para mí
todo es igual»."
Al otro día del recibimiento oficial, apareció en
una de las puertas de palacio un cartel con los siguientes
versos, que literariamente juzgados no valen un pitoche o
corachín negro, pero que en lo substanciosos eran para
ocasionar un tabardillo pintado a gobernante de poca enjundia y
menos cuajo:
«Tu cara no es de excelencia
ni tu traje de virrey:
Dios ponga tiento en tus manos
para que acates la ley».
¡Por vida de Mendotirillas, padre de Mentirijillas, que el
pasquín era insolente! Por aquellos tiempos (1555), en que
la imprenta no era libre, ni esclava (pues tipos y prensa
vinieron al Perú treinta años más tarde),
era el pasquín la válvula de escape de ese
infiernillo llamado opinión pública.
El virrey, que no era hombre de dejarse ensalivar la oreja y que
no se anclaba por caballete de tejado, dijo para su
capisayo:
-¡Orza, orca de buen grado, bergantín empavesado!
¡No que no! La habilidad del artillero está en poner
el punto en su punto, y a mí no se me ha de helar la
candela en la chimenea; que gato caminero embiste al mur en el
agujero. Y pues búlleme el papo por devolver la
burbujilla, vamos a ver si salgo con canto de perdiz
desmachihembrada o con argumento que prometa acabar en punta,
liso y raso, menudo y repicado.
Y su excelencia sentose a la escribanía, calose gafas
venecianas, y como Dios le dio a entender compuso esta espinela,
que mandó colocar en otro cartelito debajo del
primero:
«¿Mi cara no es de excelencia
ni mi traje de virrey?
¡Bien! Mas represento al rey
y tengo su omnipotencia.
Esta sencilla advertencia
os hago por lo que importe.
La ley ha de ser mi norte
y ¡ay! del que la ultraje osado...
Conque ¡cuidado!... y ¡cuidado!
antes que pescuezos corte».
El contrapasquín fue como irse al tuetanillo y dejar la
carnaza. Santo remedio, como huesecito de monja milagrera. Nadie
volvió a mechificar a su excelencia con coplitas ni
bufonadas, y eso que el señor virrey (que santa gloria
haya) nos jugó algunas de premonstratense y abad mitrado.