Don José Pastor de Larrinaga, protocirujano y examinador
conjuez del real protomedicato del Perú, cirujano mayor
del regimiento provincial de dragones de Carabaillo y cirujano
titular del convento grande de San Francisco, del real y militar
orden de la Merced y del hospital de San Bartolomé, ha
legado a la posteridad un extravagante a la vez que
divertidísimo libro, publicado en Lima en 1812 por la
imprenta de los Huérfanos, que administraba el poeta don
Bernardino Ruiz. Y tan convencido debió estar el autor,
que frisaba por entonces en los setenta diciembres, de que
había escrito un libro de inmortal mérito, que lo
dedicó nada menos que al excelentísimo señor
don José Baquijano y Carrillo, conde de Vista Florida y
oidor de esta Audiencia, limeño que por su riqueza,
pergaminos, ilustración, importancia política y aun
por sus vicios y virtudes gozaba en el país de mayor
prestigio que el mismísimo virrey Abascal.
Ojeando más que hojeando los tomos de Papeles varios de la
Biblioteca Nacional, encontreme en uno de ellos un cuaderno de
250 páginas en cuarto, tipo ceñido; que de tanto
necesitó el cacumen del escritor, que empieza asegurando
al lector en unas coplas infelices (pues de todo tiene el
librejo, como el botiquín de campaña)
que mientras tanto empeño satisfaga
es su amigo Pastor de Larrinaga.
En el número 13 de la Gaceta de Lima, correspondiente al
18 de abril de 1804, apareció la noticia de que el
día 6 en la chacra del Pino propiedad del marqués
de Fuente Hermosa, a media legua de la ciudad, una negra
terranova, llamada Asunción, había parido un
pichón de paloma.
Aquello produjo indescriptible sensación en Lima, y todos
se empeñaron por ver el fenómeno, que dentro de un
frasco de cristal lleno de alcohol mostraba a sus amigos el
comadrón Larrinaga.
En un anónimo, que el autor del libro atribuye a don
Hipólito Unanue, se dijo que el pichón palomino era
un trampantojo, frase que bastó para sacar de quicio al
bueno de don José Pastor, quien alquiló un cuarto
en la casa de la Pila, calle del Arzobispo, y allí puso en
pública exhibición el fenómeno.
Tomó con este motivo creces la novelería popular,
el pichón palomino fue tema de todas las conversaciones y
los hombres de ciencia se vieron comprometidos a dar una
opinión.
No carecía el Perú de eminencias
científicas. Teníamos un Unanue, un Dávalos,
un Valdez, un Tafur, un Pezet y un Chacaltana, médicos
cuyo renombre ha llegado hasta nuestros días.
Dávalos, el laureado en la universidad de Montpellier, y
Valdez, el admirable traductor de los Salmos, se encargaron de
hacer la disección anatómica del avechucho, en cuya
molleja encontraron algunos granos de trigo. Larrinaga dijo que
esto era superchería de Dávalos, y protestó
del examen anatómico. Mas a pesar de la protesta, la
opinión de los seis facultativos fue unánime:
«Que había hecho muy mal Larrinaga en alborotar al
público por un pedazo de carne que así era
pichón como ellos arzobispos».
Entonces se echó Larrinaga a escribir el libro que ocho
años después salió impreso. Insiste en su
creencia de que aquel era palomino hecho y derecho; y cuenta que,
en la calle de San Ildefonso, del huevo de una gallina se extrajo
un feto con figura humana; que una mujer parió cinco
ratones, a los que un gato que había en la casa se
manducó sin ceremonia, y que hubo otra prójima, a
quien llamaban la hija de vaca, porque realmente lo era.
¡Candoroso debió ser don Pastor Larrinaga, mi
paisano!
Don José Pastor de Larrinaga es autor de la Oración
gratulatoria que en 1781 dirigió la Real y Pontificia
Universidad de San Marcos al virrey Jáuregui, pieza
literaria de escasísimo mérito, y publicó
también en el Mercurio Peruano en 1792 unos pobres versos,
con pretensiones históricas, sobre los Incas y los
virreyes del Perú.
De dos disertaciones profesionales que hizo imprimir, sólo
conocemos el título. La una trata de un aneurisma en el
labio inferior, curado con la operación del pico de
liebre, y la otra es sobre si las mujeres pueden o no convertirse
en hombres.
En la época en que ya nos invadía la fiebre de
independencia, el viejo Larrinaga se jactaba de ser godo
intransigente, y en prueba de su amor por Fernando VII, hizo
colocar en el salón de su casa un retrato al óleo
del monarca, con esta quintilla de caprichosa estructura:
«Si a la Europa el egoísmo
de los pueblos y los reyes
la ha postrado en un abismo,
le dará América leyes
de patriotismo».
Larrinaga murió en Lima en 1823, habiendo sido el
médico favorito del egregio Morales y Duárez,
limeño que presidió las Cortes españolas del
año 12, y de las casas de los condes de Velayos,
Torre-Velarde y otras no menos aristocráticas de esta
ciudad de los Reyes.
Pero como no exista obra tan mala en la que no se encuentre
siquiera un dato que interese, hay en el libro de nuestro
compatriota Larrinaga curiosas noticias sobre la resistencia de
ciertos médicos devotos para recetar la quina, porque ese
específico tenía, según ellos, virtudes que
únicamente el diablo podría haberle comunicado.
"«Lo mismo" -añade don José Pastor- "ha
pasado con la vacuna; pues sacerdotes llegaron a predicar en el
púlpito que el demonio había dado a Job las
viruelas por medio de la inoculación»".
Quien haya leído el Diente del Parnaso, de Juan de
Caviedes, recordará que el único cirujano
romancista del siglo XVII a quien no maltrata la cáustica
musa del Quevedo limeño, es don José Rivilla, del
cual sólo habla en el memorial en que aconseja al duque de
la Palata que en vez de enviar buques contra los corsarios
ingleses mande médicos.
José Rivilla es ligero
bajel de corso tirano,
aunque por tanta obra muerta
bien pudiera ser pesado.
Larrinaga elogia con entusiasmo a Rivilla, y sostiene que fue
éste, y no don Pedro de Peralta, el autor del libro
Desvíos de la naturaleza, generalmente atribuido al poeta
de «Lima fundada».
El que tenga flema para enfrascarse en la lectura de las 150
primeras páginas de la Apología del pichón
palomino, pensará que el autor se propuso sólo
escribir un libro de controversia científica, y acusar de
ignorantes a sus compañeros Unanue, Valdez,
Dávalos, Pezet, Tafur y Chacaltana. Tenga paciencia y
apure las últimas páginas. En ellas verá que
el librejo es también un batiborrillo
político.
Partiendo del principio popular de que los cometas y
fenómenos auguran pestes, guerras y demás
calamidades públicas, saca en limpio Larrinaga,
después de encomiar mucho a su rey Fernando y de poner
como estropajo al príncipe de la Paz don Manuel Godoy, que
el pichón palomino nacido en Lima fue..., (adivinen
ustedes)..., nada menos que Pepe Botellas, como llamaban los
españoles al hermano de Napoleón.