La erección del obispado de Huamanga (hoy Ayacucho) se
efectuó a principios de 1612 por bula de Paulo V.
El primer obispo, fray Agustín de Carvajal, murió
en 1618 envenenado, y sospéchase que también fueron
víctimas de ponzoña los obispos Zárate, La
Fuente, Matienzo y otros. Curioso es que siete de los obispos de
Huamanga hubieran fallecido antes de completar sos años de
residencia en la ciudad.
Al obispo fray Antonio Conderino, a poco de haberse hecho cargo
de la diócesis en 1645, le dieron chamico, y murió
amente en el convento agustino de Lima.
El limeño fray Cipriano Medina, según el cronista
Meléndez, salió un día en 1637, en medio de
repiques de campanas, para emprender la visita de la
diócesis y resuelto a castigar severamente a los
párrocos remisos en el cumplimiento del deber.
No había hecho dos leguas de camino, cuando se
sintió atacado de un mal tan repentino y violento que
media hora después era cadáver.
Como se ve, la mitra de Ayacucho llevaba en sí algo
parecido a sentencia de muerte próxima.
Vamos hoy a referir algunos rasgos característicos de un
obispo que también murió de mala manera.
I
Por los años de 1782 entró a regir la
diócesis de Huamanga, como su vigésimo obispo, D.
Francisco López Sánchez, abad de Motril. Era
éste un español tesonero para el trabajo, y muy
enérgico para meter en vereda a la clerecía cuyas
costumbres eran relajadas.
En el carácter de su ilustrísima había mucho
del soldado; pues cuando por buenas no lograba hacerse obedecer,
arremetía a sopapos con el más pintado.
El hombre era ligero de manos y de pocas pulgas. El clero de su
época era torpe, ignorante, servil, crapuloso y desaseado;
pues muchos sacerdotes, a juzgar por el traje, tenían
aspecto de cocineros más que de ministros del altar.
Salvo lo fosfórico de su genio, que no hay hombre
perfecto, era el señor López Sánchez un
obispo moral, instruido, generoso, caritativo y muy amigo de
chistes y agudezas.
En 1783 mandó hacer algunas reparaciones en el
salón episcopal, y viendo que el albañil no era
bastante diestro para blanquear la pared, le arrebató su
ilustrísima el broquel, atose a la cabeza un
pañuelo de pallacate, cubriose el cuerpo con una chaqueta
o gabardina, y muy seriamente se puso a la obra.
En esta ocupación fue sorprendido por un pretendiente a
órdenes sagradas, quien tomándolo por verdadero
albañil, le preguntó por su señoría
ilustrísima.
Bajose del andamio el Sr. López Sánchez, y
encarándose con el petulante le dijo:
-Seor bellaco, ¿no tengo cara de obispo?
El monigote se deshizo en excusas, y dijo que no había
podido pensar que todo un mitrado se ocupase en
albañilería.
-¡Vaya una salida de tono! Estoy en mi casa y hago lo que
me da la gana. ¿Está usted? ¿Y qué es
lo que quiere?
-Ilustrísimo señor, soy aspirante a órdenes
y venía a saber si...
-¡Bien, bien! Preséntese usted al sínodo, y
déjeme en paz.
Y el obispo volvió la espalda y prosiguió en su
interrumpida faena.
Llegó el día del examen sinodal, y el pastor hizo
esta pregunta al aspirante:
-¿Qué hace Dios en los cielos?
-Ilustrísimo señor, hará lo que le dé
su real gana, que para eso está en su casa
-contestó sin turbarse el examinando.
Este desparpajo cautivó, lejos de enojar, al Sr.
López Sánchez, y desde ese día hizo del
agudo cleriguillo uno de sus familiares y favoritos.
II
La diócesis de Huamanga tiene reputación de
pobreza, y en los tiempos del Sr. López Sánchez era
grande la afluencia de sacerdotes y escasos los paganos de misas.
Los clérigos no hacían caldo gordo, pues para ellos
los maravedises andaban por las nubes.
Hubo uno que, desesperado de no encontrar quien le facilitase un
duro a cuenta de sufragios para las ánimas del purgatorio,
se hizo oficial de sastre. Así ganaba honradamente el
sustento propio y el de una madre anciana.
Supiéronlo algunos clérigos y fueron con el chisme
al diocesano, mostrándose avergonzados de la
degradación que sufría la sotana. El señor
López Sánchez mandó que inmediatamente
condujesen ante él al acusado, y al presentarse
éste, le arrimó un cachete soberbio,
diciéndole:
-¿Para qué te ordenaste si tenías tanta
inclinación a la aguja y al dedal?
El agraviado sacerdote, repuesto de la sorpresa y tomando una
actitud enérgica a la par que respetuosa, le
contestó:
-Ilustrísimo señor, si he descendido hasta ser
oficial de sastre no ha sido por buscar alimento para vicios,
sino por dar pan a mi madre anciana que, en otro tiempo, fue una
sana y robusta mujer que, con su trabajo honrado, me sostuvo en
el seminario, animada por el cristiano deseo de que su hijo fuese
sacerdote. Mi instrucción es acaso superior a la de
algunos que, por tener protectores, han alcanzado beneficios. Sin
hallar ni quien me encomendase una misa, antes que envilecerme
pidiendo prestado sin seguridad de pagar deudas, he buscado la
subsistencia en el trabajo de mis manos, que el trabajar no es
afrenta. ¿Quería su señoría
ilustrísima que dejara morir de hambre a mi buena
madre?
Cuando acabó de hablar el sacerdote asomaban
lágrimas en los ojos del obispo, y en uno de esos
arranques generosos que le eran propios, abrazó al
clérigo, diciéndole:
-Has hecho bien, y mi conciencia de hombre honrado te absuelve.
Mi secretario te entregará mañana título de
cura interino de Acobamba, y ya veremos más tarde si es
posible darte en propiedad ese curato, que es uno de los
más ricos del obispado. Ve en paz, hijo mío, y
perdona mi violencia.
III
Los huamanguinos han sido y son los más furiosos
charanguistas del Perú. No hay uno que no sepa hacer sonar
las cuerdas de ese instrumentillo llamado charanga, con que se
acompaña el monótono zapateo de la cachua
tradicional.
En los tiempos del Sr. López Sánchez, el clero
pagaba inmoderado tributo a la orgía.
Convencido de que eran estériles consejos paternales y
moniciones eclesiásticas, mandó el obispo construir
calabozos en el seminario de San Cristóbal para hospedar
en ellos a los incorregibles.
El seminario de San Cristóbal fue fundado, con los mismos
privilegios que la Universidad de Lima, en 1667, por el obispo
que consagró en 1672 la catedral de Huamanga. Llamose
éste Don Cristóbal de Castilla y Zamora, y fue hijo
natural del rey Don Felipe IV. ¡No es poca honra para la
Iglesia ayacuchana haber sido regida por un vástago real!
Castilla y Zamora murió de arzobispo de Chuquisaca.
Paseando una tarde López Sánchez por la calle de
Santa Teresa con sus familiares y su pertiguero, de quien nunca
se separaba porque le servía de oficial de justicia,
detúvose sorprendido a la puerta de un tenducho con
honores de chichería.
La cosa no era para menos.
Cinco o seis cholas, de las de mantitas corta y faldellín
alto, formaban rueda agarradas de las manos. Cuatro o seis voces
aguardentosas cantaban coplas obscenas, y al compás de un
mal charango y de una pésima guitarra zapateaban las
mujeres una cachua abominable. En el centro de la rueda, y con la
sotana hecha un asco, se encontraba un clérigo conocido
por Yaya-Pipinco (el padre Pipinco), el que con una botella en la
mano escobillaba primorosamente la cachua de mudanzas,
gritando:
-¡Aro! ¡Arito! Dame tus brazos, mi vida, por la
derecha. ¡Aro! ¡Arito! Dame tus brazos, chinita, por
la izquierda.
De repente resonó la voz airada del obispo en medio de la
jarana:
-¡Pertiguero! Lleve usted, por la derecha, a este
clérigo inmundo a un calabozo.
IV
En el enjambre de clérigos que infestaban Huamanga,
encontrábase uno a quien si bien nadie acusaba de vicioso,
tenía en cambio sólida reputación de tonto.
Rechoncho, de frente chata, pelo de crin y color cetrino, era feo
hasta para feo.
Arbitrando la manera de salir de penurias y próxima la
época de abrirse concurso para proveer los curatos
vacantes, ocurriole un expediente que el infeliz creyó
inspirado por el cielo. Fue el expediente escribir, en nombre de
la Virgen de Socyacato, una carta al obispo.
Hallábase su ilustrísima solo en su salón,
cuando se le presentó el clérigo y le
entregó la carta de recomendación. Decía
ésta así:
Mi querido hijo Pancho: El dador de la presente es mi compadre
espiritual, por quien me intereso, y te suplico me hagas el favor
de atenderlo dándole el mejor curato, pues así te
lo pide tu madre LA VIRGEN DE SOCYACATO.
Apenas termino el obispo la lectura de este original billete,
cuando acometió a mojicones al recomendado.
¡Pícaro! ¿De dónde viene ese
compadrazgo? ¿Le cargaste el hijo a la Virgen María
o la Virgen cargó el tuyo?
El clérigo sufrió los golpes con cristiana
mansedumbre, y cuando vio al Sr. López Sánchez algo
calmado, le confesó que había recurrido a ese
embuste porque en todos los concursos salía desairado,
más que por su falta de ciencia, por lo ruin de su
estampa.
Agradó al prelado la ingenuidad y le contestó
sonriendo:
-¡ Ah, bellaco! De buena aldaba te has agarrado esta vez.
Ve con Dios, y dile a tu comadre que no será
desairada.
Y en efecto, el pobre clérigo obtuvo en el concurso un
modesto beneficio.
V
Ya hemos dicho que la corrupción del clero, en la
época del Sr. López Sánchez, era espantosa.
La empresa moralizadora que se había propuesto llevar a
cabo era superior a humanas fuerzas, y tenía que sucumbir
en ella, como todos los obispos de Huamanga que antes y
después de él trabajaron por la reforma. Los
obispos que a poco de instalados no renunciaron la mitra, sino
que se decidieron a luchar con la virilidad y constancia que
desplegó el Sr. López Sánchez, terminaron
siempre de una manera misteriosa y tremenda.
Estéril fue que el Sr. López Sánchez hiciera
venir ante él a los curas sobre cuya conducta
antievangélica tenía fundadas quejas; que los
amonestase, suspendiese y aun emplease contra algunos la por
entonces terrible arma de las censuras. El mal tenía
hondas raíces. Era un cáncer inveterado.
Entre los curas a quienes había suspendido en el ejercicio
de las funciones parroquiales, encontrábase uno conocido
por Human-coles (cabeza de col). Era el tal perteneciente a una
de las más antiguas y ricas familias de la ciudad, y
vivía muy engreído de su abolengo y fortuna.
Ignorantón, pero de mucha verbosidad, haciendo un eterno
batiborrillo de latín, castellano y quichua, y formando
una ensalada pestífera con la filosofía, los
cánones y las súmulas, era el tipo más
perfecto del pedante de la sierra, que en punto a pedantes es el
summun de la especie.
Dado a todos los vicios que envilecen al hombre, se mofaba
públicamente del obispo, agraviándolo en pasquines
y caricaturas.
Una mañana diéronle aviso al Sr. López
Sánchez de que en estado de beodez había con un
puñal hecho en la cara un chirlo a una mozuela. Muy
exaltado se paseaba el diocesano por el corredor de la casa
episcopal, cuando se presentó el insolente cura en
completa crápula. Indignado el obispo ante tal falta de
respeto, y a tiempo que Human-coles principiaba a subir la
escalera, le aplicó un puntapié en el pecho y lo
hizo descender dos tramos. El borracho, para no caer, se
apoyó en la balaustrada, y mirando con altanería al
obispo, dijo:
-¡Auila llaipas patalla mantacca! (¡Miren qué
gracia! Hasta mi abuela puede pegarme de arriba para
abajo.)
Los familiares condujeron al escandaloso sacerdote a uno de los
calabozos del seminario, e instruido el obispo de la
significación de las palabras quichuas,
murmuró:
-Está bien. No saldrá del encierro hasta que se
enmiende o yo sucumba.
¡Palabras fatídicas que auguraban el misterioso y no
lejano fin del prelado!
VI
Infatigable en la reforma de la clerecía, el obispo
López Sánchez emprendió la visita de su
diócesis en 1789.
Hacía un mes que se hallaba ya de regreso en Huamanga
cuando una tarde lo encontraron en su despacho, sentado en su
sillón y con una carta en las manos.
Estaba muerto.
Se cree que le propinaron uno de aquellos venenos que,
desconocidos aún para la ciencia, son familiares para los
indios de nuestras montañas.
La opinión pública señaló a
Human-coles como autor del crimen.