Cuando se cometía en Lima alguna atrocidad o crimen de
esos que espeluznan, decían nuestros flemáticos
abuelos: «¡Niñería de
Niño» Ahora conozcan ustedes al niño y su
niñería.
El licenciado Rodrigo Niño, hijo de un cabildante de
Toledo, en España, fue hombre en política de
conducta más variable que el viento. Entusiasta partidario
en una época del virrey Blasco Núñez de
Vela, por quien arrostró serios peligros, se lo vio a poco
figurar entre los más fervorosos adeptos de Gonzalo
Pizarro, para a la postre hacer gran papel al lado de Gasca. Fue
el tal leguleyo más tejedor que las arañas. Siempre
estuvo en las de ganar y nunca en las de perder; lo que prueba
que el licenciado Rodrigo Niño tuvo olfato de perro
husmeador.
Necesitando regresar a España para recibir un mayorazgo
que le había cabido en herencia, fletó buque, y
Gasca lo encomendó que condujese en él ochenta
pizarristas condenados a galeras.
Rodrigo Niño aceptó el encargo, y como no se le dio
fuerza para custodia de los presos, exigió a éstos
palabra de que no se fugarían en el tránsito. Era
mucho candor fiar en promesa de gente en condición tan
apurada, y pronto lo palpó el licenciado.
Entre Panamá, Cartagena y la Habana se escaparon todos
menos diez y ocho, con los que llegó a Sanlúcar de
Barrameda. Emprendió con ellos la marcha a Sevilla, donde
debía entregarlos a la autoridad, y en esas pocas leguas
de camino se amotinaron diez y siete, diciéndole con
pifia:
-Señor Rodrigo Niño, hasta aquí duró
la buena compañía. Quedo vuesa merced con Dios, y
él sea con nosotros.
Y sin que don Rodrigo hiciera lo menor por contenerlos,
remontaron el vuelo los pájaros, menos uno que se
obstinó en no escaparse, sino en ir a galeras a cumplir su
sentencia. Acaso fiaba en que su formalidad sería
título para indulto; pero ahí verán ustedes
que en la calavera de una pulga se ahoga un cristiano.
-Y tú, pícaro, ¿por qué no te largas
también?- le preguntó el licenciado.
-Porque estoy cansado de andar de Ceca en Meca -contestó
con sorna el galeote- y no me va mal en la compañía
de vuesa merced.
Hubo tal acento de burla en las palabras del preso, que Rodrigo
Niño se sulfuró y le dijo:
-Pues yo prefiero entrar en Sevilla solo y no tan mal
acompañado. Quien, después de haber sido soldado en
el Perú, no tiene a menos ir a remar en las galeras del
rey, es hombre vil y bajo y no merece vivir.
Y desenvainando la daga se la clavó en el pecho.
Parece que aunque se le siguió juicio al homicida,
salió absuelto. Y dígolo porque volvió al
Perú Rodrigo Niño, y en 1556 fue nada menos que
alcalde en el Cabildo de Lima. Es claro que la
niñería del asesinato no perjudicó al
Niño.