No fue en América doña Catalina de Erauzo,
bautizada en la historia colonial con el sobrenombre de la monja
alférez, la única hija de Eva ni la sola monja que
cambiara las faldas de su sexo por el traje y costumbres
varoniles.
En 25 de octubre de 1803 se comunicó de Cochabamba a la
Real Audiencia de Lima el descubrimiento de que un caballero,
conocido en Buenos Aires y en Potosí con el nombre de don
Antonio Ita, no era tal varón con derecho de
varonía, si no doña María Leocadia
Álvarez, monja clarisa del monasterio de la villa de
Agreda, en España.
Del proceso que en extracto se encuentra en la sección
Papeles Varios de la Biblioteca de Lima, tomo 613, resulta que el
obispo de Buenos Aires don Manuel Azamor tuvo entre sus
familiares al joven don Antonio Ita; y que en vísperas ya
de conferirle órdenes sacerdotales, escapó el
aspirante con destino a Potosí, donde el Intendente
gobernador don Francisco de Paula Sanz le concedió un
modesto empleo.
Intimose Ita con Martina Bilbao, mestiza de vida pecaminosa, la
que dio con sus frecuentes escándalos motivo para que la
autoridad la encerrase en el monasterio de Santa Mónica.
Don Antonio iba semanalmente a visitarla al locutorio y la
obsequiaba seis pesos para que atendiese a su cómoda
subsistencia.
Pasados algunos meses de reclusión y como único
expediente para que ésta cesase, la propuso el
galán matrimonio, revelándola su verdadero sexo y
recomendándola, por supuesto, gran reserva. Martinica vio
el cielo abierto con la propuesta; la aceptó
gustosísima, y el capellán del monasterio bendijo
el casamiento, al que sirvió de padrino nada menos que el
Intendente.
Con la protección de éste, algunos comerciantes
habilitaron al mancebo con mercaderías por valor de
más de dos mil pesos; pero a poco hizo quiebra, y huyendo
de los acreedores, se fue con su mujer a Chuquisaca, donde
consiguió ocupación lucrativa en las
montañas de Moxos. Allí no desdeñó
trabajo por rudo que fuese, y compitió con los hombres
más robustos y animosos de espíritu.
Tratándose de enlazar toros bravas o de darse de
garrotazos y trompadas con cualquierita, no se hizo nunca
atrás.
Después de cinco años de fingido y pacífico
connubio, y adquiridos con su trabajo y privaciones algunos
realejos, decidieron Ita y su mujer dejar las montañas y
establecerse en Cochabamba, decisión que llevaron a
cabo.
Ya en Cochabamba se le proporcionó a Martina un marido a
la de veras, y ella, olvidando todos los beneficios de que era
deudora al varón de mentirijillas, fue con la denuncia al
teniente general don Ramón García Pizarro.
Ita logró en los primeros instantes asilarse en el
convento de la Merced; pero impuesto el comendador de la causa
que originaba la persecución, lo entregó al poder
civil, el que nombró un médico cirujano y dos
comadronas para que practicasen profesional reconocimiento del
sexo.
Convencido don Antonio Ita de que nunca había sido
varón, terminó por espontanearse declarando su
verdadero nombre de María Leocadia Álvarez y su
condición de monja escapada, no por amoríos
carnales, sino por espíritu aventurero, como doña
Catalina de Erauzo.
El proceso terminó con sentencia en virtud de la cual
pasó a Lima la monjita, y bajo partida de registro fue en
1804 restituida a su convento de España.
En cuanto a la ingrata y pérfida Martina Bilbao, el nuevo
marido a pocos meses de matrimonio le dio el pago digno de su
villanía.
La mató de una paliza.
Me parece que no se afligirán ustedes por la difunta ni yo
tampoco.