Fue el licenciado Polo de Ondegardo, autor de una interesante
crónica historial del Perú, que, según
Prescott, se conserva aún inédita, hombre de agudo
ingenio y muy arraigo de jugar con los vocablos. Pruébalo
el que habiéndose querellado ante él dos individuos
que se dieron de golpes, empleando el uno una vara de medir, y el
otro una pesa de cobre, díjoles el juez: "«En este
litigio no cabe sentencia, porque el asunto se ha ventilado ya
con peso y medida»".
Cupo al Demonio de los Andes, Francisco de Carvajal, bautizar con
el nombre de tejedores a los que en política se manejan
con doblez y que bailan al son que tocan. En ese siglo de
revueltas hubo no pocos que huyendo de comprometerse en los
bandos, esperaban a última hora para exhibirse como
partidarios de la causa que, entre cien, contara con noventa y
nueve probabilidades de éxito.
Polo de Ondegardo bautizó con el nombre de los que
están a la mina a esos politiqueros de encrucijada que en
nuestros días llamamos oportunistas o amigos de la
víspera, y que de paso sea dicho, son los que se
adueñan de las mejores tajadas, dando autoridad al
refrán que dice: "«Nadie sabe para quién
trabaja»".
Estos oportunistas son siempre el colmo en materia de
adulación, y capaces de dejar tamañito al
mismísimo poeta Antón de Montoro, que dedicó
a la reina doña Isabel la Católica la más
gorda lisonja que ingenio y bajeza humanos han producido, pues le
dijo:
«Alta reina soberana,
si fuérades antes Vos
que la fija de Santa Ana,
de Vos el fijo de Dios
recibiera carne humana».
Enviado Ondegardo a Charcas con el carácter de gobernador
por don Pedro de la Gasca, se vio en el caso de investigar el
comportamiento de los principales vecinos durante la ya vencida
revolución de Gonzalo Pizarro, para premiar en ellos su
lealtad y servicios a la causa del rey, o bien para imponer
castigo a los que resultasen contaminados con la lepra de la
rebeldía. Si bien de estos últimos sólo
encontró dos que enviar sin escrúpulo a la horca,
en cambio tampoco halló a nadie digno de obtener mercedes;
que era el licenciado juez muy exigente en esto de aquilatar el
merecimiento ajeno. Para manga ancha las juntas calificadoras de
nuestros tiempos, en que resultan hasta vencedores en un combate
prójimos que se hallaron a cien leguas de distancia. Muy
cómodo es hacer caridades a expensas del tesoro fiscal y
no del propio.
Después de escuchar el alegato de méritos y
servicios de cada vecino, Polo de Ondegardo, entre risueño
y grave, formulaba objeciones; y como no le contestaban
exhibiendo documentos que comprobasen no haber sido el sujeto
tibio en la defensa de la bandera real, concluía el
licenciado con estas frases:
-Está visto, mi amigo, que vuesa merced no ha arriesgado
un cabello en favor del rey y que ha militado entre los que
están a la mira. No ha sido bobo vuesa merced; pero para
mí, más gracia merece el enemigo declarado que
quien está a la de viva quien venza. Lo pagará su
bolsa, y así escarmentará para en otra no estarse a
la mira, sino comprometerse con San Miguel o con el diablo.
Y a todos los de la mira les impuso una multa para el tesoro de
Su Majestad, desde cien hasta mil ducados, según la
posición y teneres de la persona.
Y fueron tantos los que resultaron pecadores de haber estado a la
mira, que pasó de un millón de pesos la suma que
Polo de Ondegardo remitió a España, con destino a
la real persona de Su Majestad don Felipe II.