El cronista Martínez Vela, en sus Anales de la villa
imperial del Potosí, habla extensamente sobre el asunto
que hoy me sirve de tema para esta tradicioncilla. Citada la
autoridad histórica, a fin de que nadie murmure contra lo
auténtico del hecho, toso, escupo, mato la salivilla y
digo:
I
Allá por los años del Señor de 1657 era
grande la zozobra que reinaba entre los noventa mil habitantes de
la villa, y en puridad de verdad que la alarma tenía
razón de ser. Era el caso que a todos traía con el
credo en la boca la aparición de doce ladrones
capitaneados por una mujer. Un zumbón los llamó los
doce apóstoles y la Magdalena, y el mote se
popularizó y los mismos bandidos lo aceptaron con orgullo.
Verdad es que más tarde aumentó el número,
cosa que no sucedió con el apostolado de Cristo.
Los apóstoles practicaban el comunismo, no sólo en
la población, sino en los caminos, y con tan buena suerte
y astucia que burlaron siempre los lazos que les tendiera el
corregidor don Francisco Sarmiento. Lo único que supo
éste de cierto fue que todos los de la banda eran
aventureros españoles. Pero de repente los muy bribones no
se conformaron con desvalijar al prójimo, sino
que se pusieron a disposición de todo el que quería
satisfacer una venganza pagando a buen precio un puñal
asesino. Ítem, cuando penetraban en casa donde
había muchachas, cometían en la honestidad de ellas
desaguisados de gran calibre; y a propósito de esto,
cuenta el candoroso cronista, con puntos y comas, un milagro que
yo referiré con rapidez y como quien toca un carbón
hecho ascua.
Fueron una noche los apóstoles a una casa habitada por una
señora y sus dos hijas, mocitas preciosas como dos
carbunclos. A los ladrones se les despertó el apetito ante
la belleza de las niñas, y las pusieron en tan grave
aprieto que madre y muchachas llamaron en su socorro a las que
viven en el purgatorio, que en lances tales tengo para mí
son preferibles a los gendarmes, guardias civiles y demás
bichos de la policía moderna. Y quién te dice,
lector, que las ánimas benditas no fueron sordas al
reclamo, como sucede hogaño con el piteo de los celadores,
y en un cerrar y abrir de ojos se coló un regimiento de
ellas por las rendijas de la puerta; con lo cual se
apoderó tal espanto de esos tunos, que tomaron el tole,
dejando un talego con dos mil pesos de a ocho, que sirvió
de gran alivio a las tres mujeres. No dice el cronista si dieron
su parte de botín en misas a las tan solícitas
ánimas del otro mundo; pero yo presumo que las
pagarían con ingratitud, visto que las pobrecitas no han
vuelto a meterse en casa ajena y que dejan que cada cual salga de
compromisos como pueda, sin tomarse ya ellas el trabajo de hacer
siquiera un milagrito de pipiripao.
II
Pues, señor, iba una noche corriendo aventuras por la
calle de Copacabana el bachiller Simón Tórtolo,
cleriguillo enamoradizo y socarrón, cuando de pronto se
halló rodeado de una turba de encapados.
-¿Quién vive? -preguntó el clérigo
deshonrando su apellido, es decir, sin atortolarse.
-Poca cosa, y que con los maravedises del bolsillo entregue la
sotana y el manteo.
-Pues por tan parva materia no tendremos querella -repuso con
sorna el bachiller.
Y quitándose sotana y manteo, prendas que en aquel
día había estrenado, las dobló, formó
con ellas un pequeño lío, y al terminar dijo:
-Gran fortuna es para mí haber encontrado en mi
peregrinación sobre la tierra a doce tan cumplidos y
privilegiados varones como vuesas mercedes. ¿Conque vuesas
mercedes son los apóstoles?
-Ya se lo hemos dicho -contestó con aspereza uno de ellos,
que por lo cascarrabias y llevar la voz de mando debía ser
San Pedro-; y despache, que corre prisa.
Mas Simón Tórtolo, colocándose el lío
bajo el brazo, partió a correr gritando:
-¡Apóstoles, sigan a Cristo!
Los ladrones lo intentaron; pero el clérigo, a quien no
embarazaba la sotana, corría como un gamo y se les
escapó fácilmente.
-¡Paciencia! -se dijeron los cacos-, que quien ancla a
tomar pegas coge unas blancas y otras negras. No se ha muerto
Dios de viejo y mañana será otro día; que
manos duchas, pescan truchas, y el que hoy nos hizo burla
sufrirá más tarde la escarapulla.
III
Poco después desaparecía de la villa una
señora principal. Buscáronla sus deudos con gran
empeño, y transcurridos algunos días fue hallado el
cadáver en el Arenal con la cabeza separada del tronco.
Este crimen produjo tan honda conmoción que el vecindario
reunió en una hora cincuenta mil pesos y se fijaron
carteles ofreciendo esa suma por recompensa al que entregase a
los asesinos.
Como el de Cristo, tuvo también su Judas este apostolado;
que no hay mejor remiendo que el del mismo patio y nadie conoce a
la olla como el cucharón, salvo que aquí la
traición no se pagara con treinta dineros roñosos,
sino con un bocado muy suculento. Gracias a este recurso, todos
los de la banda fueron atados al rollo, y tras de pública
azotaina, suspendidos en la horca. Sólo la Magdalena
escapó de caer en manos de la justicia. Suponemos
cristianamente que, andando los tiempos, tan gran pecadora
llegaría a ser otra Magdalena arrepentida.