Tradición en que el autor halaga pantorrillas o vanidades
como candidato que anda a pesca de votos para calzarse una
diputación al próximo congreso
Entre el segundo marqués de Santiago Don Dionisio
Pérez Manrique y Villagrán y el primer conde de
Sierrabella Don Cristóbal Mesía y Valenzuela
había, por los tiempos del virrey conde de la Monclova,
una enemistad de mil demonios. El título del primero
databa desde Felipe IV, y el del segundo desde Carlos el
Hechizado; apenas treinta años de distancia entre la
nobleza del uno y la del otro.
La guerra era, digámoslo así, de casa a casa;
asunto de pergaminos más o menos amarillentos, y de un
arminio, roel o dragante de más o de menos en el escudo de
armas.
A no ser los jefes de ambas casas hombres que ya peinaban canas,
de fijo que habría llegado la sangre al río. Por
mucho menos ardió Troya.
Un día (que por más señas fue el 8 de
septiembre de 1698) todo lo que Lima encerraba de
aristocrático estaba congregado en la iglesia de San
Agustín para oír el sermón panegírico
que, con motivo de la fiesta de la Natividad de la Virgen,
debía pronunciar uno de los frailes pico de oro que
abundaban en ese convento, foco de hombres de gran saber y de
portentosa elocuencia.
Terminada la función, el señor de Sierrabella
subió a su carruaje, y queriendo de paso hacer una visita
a la condesa de la Vega del Ren doña Josefa Zorrilla de la
Gándara, dio al fámulo la orden correspondiente. Al
doblar éste la esquina de Lártiga, se halló
de sopetón con el carruaje del marqués de Santiago,
también en actitud de torcer la bocacalle de
Lescano.
Ambos cocheros detuvieron las bridas, y el del conde dijo al
otro:
-¡A la izquierda, negro bruto!
-¡Déjame la derecha, negro chicharrón!
-contestó el auriga del marqués.
Y los dos macuitos siguieron insultándose de lo
lindo.
Los amos asomaron la cabeza por la portañuela y, al
reconocerse, dijeron a sus esclavos:
-No cedas, negro, porque te mato a latigazos.
Y siguió el escándalo, y cuantos nobles
salían de la iglesia rodearon las portañuelas de
los coches.
Allí estaba Don Juan de Mendoza e Híjar, segundo
marqués de San Miguel, en cuyo escudo de gules
lucían las barras de Aragón y los eslabones de
Navarra; Don Alonso Pérez de los Ríos y Rivero,
vizconde de San Donás, que era título de Flandes y
no de Castilla; Don Luis Ibáñez de Segovia y
Peralta, marqués de Corpa, que por Peralta tenía
escudo de gules, cuartelado en cruz con un grifo de oro; Don Juan
de Urdánegui, marqués de Villafuerte, con su escudo
cortado, en oro y plata, con bordura de gules; Don Nicolás
Dávalos de Rivera, conde de Santa Ana de las Torres, que
por Dávalos ostentaba escudo partido, en gules y oro; don
José Hurtado de Chávez, conde de Cartago, con las
cinco llaves de azur, en campo de oro, blasón de los
Chávez; Don Francisco León y Sotomayor,
marqués de Celada de la Fuente, que traía
león de gules, linguado y rapante, en campo de plata; Don
Pedro Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, con su escudo
partido a mantel, castillo de oro, en gules, y banda de sinople,
en oro; Don Jerónimo Velazco y Castañeda,
marqués de Villablanca, cuyo escudo cortado tenía,
en el primer cuartel, en plata, seis barras de azur, y en el
segundo, cinco calderos de sable, en orla de plata. Don Luis
Santa Cruz y Padilla, conde de Lurigancho, luciendo la
espléndida divisa de los Santa Cruz: escudo tronchado, el
primer cuartel en sinople, con castillo de oro y pendones de
plata y gules; el segundo en azur, con castillo de plata y cruz
llana de gules en el homenaje; en cuartel inferior,
también en gules, tres cabezas de moros, y en orla de
plata este mote Por el amor de la cruz se torre; Don Francisco
Delgadillo y Sotomayor, marqués de la Puente, que por
Delgadillo ostentaba siete estrellas de plata, en campo de azur,
y ocho calderos de sable en bordura de oro; Don Juan Arias de
Saavedra, marqués de Moscoso, que por Arias tenía
escudo a mantel con dos cuarteles, en plata, con la cruz llana de
Montesa en el primero y un águila, de sable, explayada en
el segundo, y por Saavedra, escudo de plata con escaques o
jaqueles de oro y gules, bordura de gules con ocho aspas de oro;
y Don Francisco Remírez de Laredo, conde de San Javier, de
quien, antes de proseguir, y por si no se me vuelve a presentar
oportunidad de nombrarlo, quiero contar una agudeza.
Parece que el Sr. Remírez de Laredo andaba algo retrechero
para arreglar con sus hermanos unas cuentas testamentarias, y que
estos le tenían, para exigírselas, más miedo
que a un tigre, pues el señor conde era de un geniazo y de
una soberbia como ya no se usan. Los Remírez de Laredo
tenían una hermana, fea como una maldición, siempre
desgreñada y sucia, tartamuda y tonta para colmo de
desdicha. Esta, firmó una carta o memorial de cuatro
pliegos, abundante en quejas y recriminaciones, a que
contestó el mayorazgo con este billete que, al pie de la
letra, copio de su original:
Señora mía y hermana: El más ruin cochino
rompió el chiquero.-Besa a V. las manos, si por casualidad
se las ha lavado. -El conde de San Javier y Casa-Laredo.
Volvamos a la cuestión de los coches.
Iban los caballeros, cuyos nombres he apuntado, y otros tantos
que no estoy con humor para mencionar, de uno a otro lado,
proponiendo partidos para allanar el conflicto; pero el asunto no
admitía más soldadura que la de tomar uno de los
contrincantes por la izquierda, y precisamente en eso estaba el
quid.
-Yo no me muevo -decía el de Santiago,
repantigándose en el asiento de terciopelo verde con
rapacejos de oro, sacando la caja de rapé con orla de
brillantes y sorbiendo con deleite una narigada del macabá
legítimo.
-Aquí me planto -decía a su vez el de Sierrabella,
encendiendo un riquísimo puro en el mechero de Guamanga
con esmeraldas y rubíes.
Una hora llevaban ya de gresca y ambos revelaban firme
propósito de mandar a su casa por la comida y aun de vivir
en plena calle hasta la semana de los tres miércoles. Y
habrían ido adelante con su terna si el vizcondesito de
San Donás, que era mozo de salidas y expedientes
oportunos, no les dijera:
-Pero, señores, esto es una majadería, a la que
conviene poner término. Quédense los coches como
están, y vamos donde el virrey para que él decida
el caso.
Hubo de parecer a todos sesuda la idea; apeáronse los
rivales, y el de Sierrabella, con la mitad del grupo, tomó
por la calle de Lártiga para palacio, a la vez que el de
Santiago, con sus amigos se dirigía al mismo punto por la
calle de Lescano.
En palacio se aumentó el cortejo con cuanto noble de
apellido encerraba Lima. Sólo dejaran de presentarse los
paralíticos o los que estaban con la extremaunción.
Se trataba de materia en que a toda pantorrilla hidalga le iba
por lo menos el color de la liga.
Acudieron los Aliaga, con su escudo de plata y una mata de aliaga
florida en medio de dos osos; los La-Puente con su castillo de
tres torres en campo de oro, puente de tres arcos defendida por
dos leones de gules y la leyenda Por pasar la puente me
pondré a la muerte; los Prieto con su escudo partido, el
primero en azur con león de oro, y el segundo en oro con
águila de gules; los Silva con su león de gules
coronado y linguado en campo de plata; los Aguilar con su
águila imperial de sable en campo de oro; los Aldana con
sus tres coronas de oro y espada de plata en campo de sinople;
los Rojas con sus cinco estrellas de azur en fondo de oro; los
Varela con su escudo de gules cortado, seis barras de sinople en
la parte superior, cuatro flores de lis de oro en la inferior, y
cadena de oro con candado; los Vera con su águila coronada
en campo de plata, y el mote Veritas vincit; los Pando con su
espada de plata en campo de gules, teniendo un pan de oro en la
punta y seis panecillos a cada lado; los Villamil con su cruz
negra en campo de oro, y el lema Avante con la cruz delante; los
Díaz con su corneta de oro en campo de azur; los Oliva con
su lechuza en campo de plata; los González con su castillo
de oro en gules; los Carvajal con su banda de sable en campo de
oro; los Cárdenas con sus dos lobos pasantes en oro; los
Novoa con su águila de oro, castillo de plata y
león de gules; los Pereira con su escudo tronchado, cruz
roja en plata, y las quinas de Portugal en azur; los Escalante
con su león de plata en campo de gules y el mote Osar
morir, dar la vida; los Álvarez con su lobo al pie de un
tronco; los Elizalde (palabra que en vascuence significa cerca de
la iglesia) con su león rapante en gules y tres fajas de
azur en oro; los Fonseca con sus cinco luceros de gules en oro;
los Gaviria (que quiero decir ahora es de noche) con su
gavilán que lleva un gallo entre las garras; los
Idiáquez con su toro de plata al pie de un árbol;
los Salazar con sus trece estrellas de oro en campo de gules,
armas dadas por Don Alfonso XI a Lope de Salazar en premio de
haber muerto en desafío a un gigante moro que
vestía marlota colorada con higas de oro; los
Ramírez con su león linguado grimpante a una encina
y barra de gules con dos dragantes en sinople; los Salinas con su
castillo de plata en oro y dos leones de gules; los Carranza con
su lobo de sable y castillo de plata en campo de sinople; los
Román con su bastón de gules y cuatro flores de lis
de azur en campo de oro; los Ibarrola con sus tres fajas de gules
en campo de oro y el mote Ave María; los Goyeneche con su
escudo ajedrezado de quince escaques de plata y quince de gules;
los Zavala (palabra que en vascuence significa ancho) con sus
tres fajas de gules fileteadas de oro en campo de azur; los Roca
con su guijarro de oro en campo de azur; los Osma con su
león de gules coronado en plata, dos espadas cruzadas y
una flor de lis sobre gules; los Aramburú (que significa
cabeza de ciruelo en vascuence) con su castillo de azur en campo
de gules y losanges de oro y plata; los Roncal con la cabeza
ensangrentada del rey Abderramen en campo de azur; los Iriarte
(que en vasco significa hasta la ciudad) con su escudo cuartelado
en cruz con las barras aragonesas, cadenas de Navarra,
árbol y lobo pasante; los Oquendo con sus dos cabezas de
dragones, torre, corona regia y la cifra OQ, todo en oro sobre
azur y gules; los Aparicio con su estrella de oro, castillo de
gules, cruz de Calatrava y león rojo; los Quiñones
con sus quince escaques, ocho en gules y siete en plata; los
Tudela con sus dos torres en sinople y seis bandas de azur en
oro; los Nena con su lebrel atado a un árbol y dos
dragantes sobre banda roja en campo de azur; los Gándara
con su ninfa con espada desnuda y rodela a la puerta de un
castillo; los Quiroga con su águila de oro en azur; los
Caviedes con su castillo de plata en sinople; los Recalde con sus
seis manzanas de oro en azur; los Cavero con sus dos campanas de
plata en gules; los Bermúdez con sus jaqueles de oro y
sable; los Arrese con su escudo de cuatro cuarteles con castillo,
árbol, oso, lobos, luna y estrellas; los Coloma con sus
dos garzas blancas en campo de oro; los Morote con sus tres
estrellas de oro, espadas, torre, monte, río y cisne; los
Osorio con sus dos lobos linguados en campo de oro; los Pastor
con su torre de gules en plata coronada por una águila;
los Domínguez con su estrella de oro de seis puntas en
azur; los Figueroa con sus cinco hojas de higuera en oro; los
Martínez con su paloma sobre un árbol y las quinas
portuguesas; los Riquelme con su yelmo de plata en campo de
gules; los Unzueta con sus tres lobos sobre oro y la leyenda
Todos magnánimos en bordura de gules; los
Zúñiga con su banda de sable en plata con la cadena
de Navarra por orla; los Esparza con su sol de oro atravesado por
una flecha en gules; los Molina con su rueda de molino en campo
de azur; los Viana con su águila de sable en oro; los
Mollinedo con sus diez y seis crucecitas de gules en campo de
oro; los Oviedo con sus dos águilas en azur, sosteniendo
un cáliz de oro y encima la cruz de Oviedo: los Sanz con
las barras de Aragón en oro y medio vuelo de gules; los
López con su estrella de oro, jinete en caballo blanco,
león de gules y castillo de plata; los Cevallos con su
leyenda Ardides de caballeros, Zeballos para vencellos; los
Paredes con su laurel, castillo de plata y jabalí
encadenado; los Jiménez con su escudo de cuatro cuarteles,
dos en oro y dos en gules, con tres fajas de azur los primeros y
tres espadas de plata los otros; los Bada con su cruz de
Calatrava sobre oro; los Soria con su barra volteada en forma de
N, dragantes y cuatro estrellas de oro en azur; los Escudero con
su espada de plata en cuya hoja se lee Sine dolo; los Rebolledo
con sus tres troncos de árbol sobre oro; los Guerrero con
su banda de oro, con dragantes de sinople en gules, y por mote en
letras de oro el de los Garcilaso de la Vega: Ave María
gratia plena; los Vives con su mata de siemprevivas en campo de
plata; los Zorrilla con su encina de sinople, dos lobos pasantes
rojos en campo de plata y la leyenda Se ha de vivir de tal
suerte, que vida quede en la muerte; los Mazo con la maza
ensangrentada en azur; los Benites con sus dos lobos de sable,
linguados y empinantes a una encina en campo de oro; los Villalva
con su torre de plata en azur; los Sosa con su burelado de plata
y gules; los Tovar con su banda de oro sobre azur engolada de dos
dragantes; los Benavente con sus cinco leones en plata
equipolados con cuatro castillos en gules; los García con
su leyenda De García arriba nadie diga; los Andrade con su
banda de oro sobre sinople engolada de dos grifos; los Angulo con
sus cinco bezantes de sinople en sautor sobre campo de oro; los
Romero con sus tres bastones de oro en gules; los Arteaga (voz
que en vascuence significa rama de encina) con sus dos calderas
jaqueladas de oro y sable y banda de oro con dragantes de
sinople; los Acuña con sus nueve cuñas de azur
sobre oro y cinco bezantes de plata en sautor; los Terán
con sus dos estrellas de gules entre barras de azur y oro; los
Oliver con su olivo de sinople en oro; los Arzola con sus tres
áncoras en azur y torre de oro sobre sinople; los Vivero
con sus cinco custodias y león coronado sobre un puente;
los Valdivia con sus dos serpientes enroscadas y la leyenda La
muerte menos temida da más vida; los Palacio, cuyas armas
son dos doncellas bailando con dos mancebos, en campo de sinople;
los Lucio con su gran estrella de oro sobre azur; los Pimentel
con sus cinco conchas de plata en sinople; los Gayangos con sus
cinco espadas de plata sobre sinople y oro; los Saravia con sus
tres fajas ondeadas de oro y azur; los Rivas con su cruz de oro
floreada de gules; los Mendiola con su árbol en sinople y
dos lobos pasantes en oro; los Bolaños con su cordero
engulléndose un bollo sobre sinople; los Basurto con sus
cinco panelas de oro sobre gules; los Velarde en cuyo escudo
partido a mantel hay una serpiente y un caballero que la
atraviesa con su lanza, una doncella que presencia la escena y en
orla de plata el mote Este es el Velarde que a la sierpe
mató y con la infanta casó; los Pancorbo con sus
cinco arminios de sable en sautor sobre campo de plata; los
Ovalle con sus tres barras de azur y tres espadas en oro; los
Iraola con sus trece corazones o panelas de plata y león
de gules en campo de oro; los Freire con su banda de gules con
dragantes de oro sobre sinople; los Villacorta con sus nuevo
roeles de oro sobre azur; los Bejarano con sus cinco cabezas de
sierpe de oro sobre plata; los Moya con su escala de oro en gules
y veros de plata y azur; los Cámara con un corazón
atravesado por una saeta sobre oro; los Urrutia (que en vasco
significa lejano) con su cruz llana de sinople y cinco panelas de
gules en sautor; los Chaparro con su castillo de plata sobre
gules y una encina sobre oro; los Guerra, en cuyo escudo en oro
había una bandera con este lema en plata: ¡A la
guerra!; los Burguillos con una flecha de oro sobre gules; los
Palomeque con sus palomas en azur y bordura de gules; los Arriola
con sus tres panelas verdes en gules; los Menéndez con sus
ocho rosas y tres bandas de azur en plata; los Navarrete con su
campana de sinople en campo de plata; los Barrios con sus dos
perros atigrados y dos castillos de oro sobre sinople; los Polo
con sus siete estrellas de gules sobre oro y la divisa In motu
lumine; los Zárate con sus cinco panelas de gules en
sautor y una águila en campo de oro; los Ron, en cuyo
escudo había un soldado tocando una trompeta a la puerta
de un castillo; los Mora con su morera de sinople sobre plata;
los Chamorro con sus dos lebreles atados a un árbol sobre
oro; los Prada con sus cinco tizones encendidos en gules; los
Oyarzabal (que significa cama ancha en vascuence) con su
jabalí empinante a un árbol sobre oro; los Corvacho
con su espada de plata sobre gules luciendo en la hoja este mote:
A el valor y la lealtad; los Barrenechea (que en vasco significa
casa de adentro) con su castillo de plata y dos leones grimpantes
en gules; los Feliú con su cruz de Calatrava en oro; los
Alcocer con sus tres fajas de azur sobre oro; los Sánchez
con sus dos calderas de oro y torre con bandera blanca en el
homenaje; los Colmenares con su escudo mantelado con nueve roeles
de oro en sinople, cuatro bandas de sable en plata y cinco flores
de lis en oro; los Cobián con su manojo de ortigas y cinco
flores de lis en oro; los Irigoyen (en vascuence ciudad de
arriba) con su apóstol San Juan sobre plata y tres torres
de oro sobre gules; los Medina del Campo con sus trece roeles de
plata en campo de azur y el mote Ni el Papa beneficio ni el rey
oficio; los Egúsquiza (voz que significa debajo del sol)
con su lobo pasante y cuatro barras de gules; los Retes con su
cruz de Portugal sobre plata y la leyenda Para siempre
jamás; los Dávila con sus seis bezantes de oro
sobre azur; los Ríos con sus dos fajas de azur ondeadas
sobre oro y cinco cabezas de serpiente en bordura de plata; los
Villar con su ajedrez de diez cuadros de plata y diez de sinople;
los Ariza con su ajedrez de diez cuadros de oro y diez de plata;
los Aguirre con su leyenda Piérdase todo y sálvese
la honra; los Echenique (palabra que en vascuence significa no
tengo casa) con su escudo ajedrezado de plata y sable; los
Mújica (durazno en vasco) con un oso de sable sobre plata;
los Vivanco con su castillo de oro en campo de azur y la divisa
Son las armas del vencido; los Sandoval con su banda de sinople
sobre oro; los Cueto con sus diez flores de lis de oro en campo
de azur; los Barca con su torre de plata sobre azur y la leyenda
Por la fe moriré; los Barrantes con sus grifos engolados
sobre gules; los Castelbravo con su muy historiado escudo, en el
que se ve un artillero a la boca de un cañón y este
mote: Si muero en la llama, viviré en la fama; los
Cisneros con sus jaqueles de gules y oro y dos cisnes de plata
con corona al cuello; los Vidaurre con su faja de azur sobre oro;
los Vergara con su leyenda Según mis obras; los
Núñez con sus cinco flores de lis sobre oro; los
Orellana con sus diez roeles de azur sobre plata; los Arcilla con
su pantera de oro sobre unos peñascos; los Centeno con sus
cinco manojos de espigas sobre sinople; los Tejada con su
castillo de oro con bandera blanca y en ella una cruz de gules
sobre sinople; los Mansilla con su escudo de cuatro cuarteles,
luciendo en el principal un cacique con cadena al pescuezo; los
Menacho con su cáliz de oro sobre gules y el mote Nosotros
lo llevamos porque lo ganamos; los Rubio con su árbol
sobre el cual hay una corona; los Rotalde con su escudo verado de
plata y sable; los Ferreira con sus seis menguantes de plata
sobre azur; los Ibáñez con su ballesta de plata
sobre azur; los Padilla con tres palas de horno sobre azur; los
Jimeno con tres lobos en sautor sobre plata; los Garcés
con su divisa Creedlo, que de infante viene; los Odriozola con
sus torres de plata sobre sinople y dos árboles sobre
plata; los Sarmiento con trece roeles de oro sobre gules; los
Gómez con sus tres fajas de sable sobre plata; los
Agüero con su león llevando una bandera; los
Vázquez con sus seis roeles de azur sobre oro; los Alfaro
con su menguante de plata sobre azur; los Ugarte con un
jabalí sobre oro; los Somonte con seis luneles de gules
sobre oro; los Anduaga con su grifo rapante de gules; los Ruiz
con su encina de bellotas de oro; los Fajardo con sus tres
ortigas de siete hojas sobre oro; los Valladares con ochenta
jaqueles de oro y gules; los Valenzuela con su león de
sable coronado sobre plata; los Villegas con su cruz de sable
sobre plata y ocho calderas; los Meneses con su cadena de azur en
banda sobre oro; los Muñoz con su cruz de Calatrava sobre
oro; los Segura con sus cuatro trébedes en las aspas de
una cruz de gules sobre oro; los Bahamonde con su M de oro
coronada sobre azur; los Herrera con sus calderas de oro sobre
gules; los Godoy con sus ocho escaques de azur y otros ocho de
oro; los Cabrera con una cabra montaraz sobre plata; los
Roldán con su corneta de plata sobre sable y catorce
estrellas de plata en bordura de azur; los Arrieta con su faja
ancha de oro sobre gules; los Beltrán con su escudo
cuartelado en sinople con águila explayada, estrellas de
plata, jabalíes y lanzas; los Camacho con su banda y
barras de gules sobre oro; los Gil con sus tres escudetes de oro
bordados de azur en campo de sinople; los Carrión con su
escudo cortado en el que se ve un león de oro y un yelmo
de azur; los Galdeano con su media luna jaquelada de oro, plata y
sable sobre gules; los Lazarte con sus tres lobos pasantes de
plata sobre sinople y tres céspedes sobre oro; los Sosa
con sus seis lagartos sobre oro; los Loyola con su enredado
escudo de cuatro cuarteles tal como se ve en las estampas de San
Ignacio, y... basta ¡por Dios!, que sería fatiga
seguir enumerando apellidos de la gente hidalga de mi tierra o el
cuento de las cabras de Sancho. Por lo menos dejo cien más
en el fondo del tintero. Consuélese con saberlo todo el
que no ha sido mencionado en esta pantorrillesca nomenclatura; y
si hay alguno que crea que lo haya omitido por malicia o envidia,
reclame con confianza y figurará en otra
edición.
Aunque me humille confesarme plebeyo debo declarar, a fuer de
veraz cronista, que allí no hubo ningún Palma; pues
si alguno de este apellido comía por aquel siglo pan en
Lima, debió estar aquejado de dolor do muelas o de punzada
en el hueso palomo. Con su inasistencia me hizo un flaco
servicio, porque me privó de conocer mis armas para
lucirlas sobre el papel de cartas.
El virrey, que tenía grandes vínculos con ambos
querellantes, se vio, como dicen, entre la espada y la pared. Los
dos defendían con igual copia de argumentos, lo que
llamaban su perfecto derecho. El uno decía que en su
escudo, puesto a mantel, había un león linguado y
rapante en campo de plata, con cinco grifos de sinople sobre oro
y dos castillos almenados sobre azur. El otro contestaba con un
águila de sable y coronada en campo de gules, cuatro
grifos y tres torres. Argüía el uno que el
león no podía bajar la melena ante el
águila, y replicaba el otro que quien cruzaba por los
aires sin rival, no debía humillarse en la tierra. En
suma, a oírlos no sabía uno decidir cuál de
los dos era de nobleza más limpia y acuartelada; pues al
que le faltaba un grifo le sobraba un castillo, y váyase
lo uno por lo otro. El de Santiago decía que un
marqués era más que un conde; pues la palabra
marqués en casi todas las lenguas conocidas (y esta es una
curiosa observación de los filólogos) significa
vigilante o custodio de las fronteras, límites o marcas
del territorio. El de Sierrabella contestaba que el título
de conde viene del comes latino, que quiere decir
compañero, y por ello todo conde era un compañero
del príncipe y guardián obligado de su
persona.
¿A que no aciertan ustedes con la decisión del
virrey? La doy en una, en dos, en tres, en mil. Ya veo que se dan
ustedes por vencidos; porque ni a Salomón, que
imaginó hacer dos rebanadas de un muchacho, se le
habría ocurrido lo que al muy Excmo. Sr. Don Melchor
Portocarrero Lazo de la Vega, conde de la Monclova.
-Señores -dijo-, no me tengo por bastante instruido en la
ciencia del blasón que, como ustedes saben, es la ciencia
heroica, la ciencia de las ciencias, ni creo que en estos reinos
del Perú haya voto facultativo. El punto es de lo
más intrincado que cabe, y con más habilidad me
sospecho para convertir en oro una piedra de cantería, que
para dar sentencia acertada en el presente litigio. Aquí
no hay más sino ocurrir a su majestad. Entretanto, vuelvan
los caballos a la caballeriza y quédense los coches donde
están y sin variar de posición, hasta que venga de
España la solución del problema.
El conde de la Monclova era hombre de gran talento y
conocía ese rinconcito del alma humana donde se alberga la
vanidad. Digo, así me parece a mí, y perdón
si me equivoco.
Los interesados acreditaron en la corte representantes letrados y
reyes de armas que tuvieran la heráldica en la punta de
los dedos y se gastaron un dineral en el proceso.
Por supuesto que cuando, al cabo de un par de años,
llegó a Lima el fallo del monarca, fallo que el vencedor
celebró con un espléndido banquete, no
existía ya ni un clavo de los coches; porque estando los
vehículos tanto tiempo en la vía pública y a
la intemperie, no hubo transeúnte que no se creyera
autorizado para llevarse siquiera una rueda.
Ahora estoy segurísimo de que en los labios de todos mis
lectores retoza esta pregunta: «¡Y bien, señor
tradicionalista! ¿Quién ganó el pleito?
¿El de Santiago o el de Sierrabella?».
-Averígüelo Vargas. (Y a propósito. Este
Vargas debió haber sido un gran husmeador de vidas ajenas,
pues siempre anda metido en chismes y averiguaciones).
Yo lo sé; pero es el caso que no quiero decirlo. Amigos
tengo en ambos bandos, y no estoy de humor para indisponerme con
nadie por satisfacer curiosidades impertinentes.