En 1833 estábamos a partir de un confite con la Inglaterra
y con los ingleses. Ellos proporcionaban fusiles a nosotros los
insurgentes de América, y su prensa nos tocaba bombo. Sus
marinos se alistaban en nuestras frágiles naves para
repetir en los mares de Colón las proezas de Trafalgar, y
con la Gran Bretaña ajustaba el Perú su primer
empréstito, documento que, como curiosidad
histórica y hasta paleográfica, conservamos
original entre los manuscritos de la Biblioteca.
No digo yo que en este repentino cariño de Inglaterra por
la independencia de las que fueron colonias de España, no
entrara el amor al principio de libertad, siquier fuera en dosis
infinitesimal u homeopática; pero lo positivo es que ese
amor no fue del todo desinteresado. Demos la soguilla para sacar
la vaquilla, que dice el refrán.
La Inglaterra aspiraba, y hacia bien, que para no ganar nada vale
más roncar sobre la almohada, al predominio comercial en
América.
Aún no se había dado la batalla de Ayacucho y la
independencia estaba todavía en veremos, cuando ya
Inglaterra nos enviaba un cónsul acreditado cerca del
gobierno de Bolívar. Y este cónsul, en realidad, no
fue un simple agente mercantil, como los consulillos que ahora se
estilan, sino todo un diplomático en forma, con los mismos
fueros, prerrogativas, atribuciones y significación que el
derecho internacional acuerda a los plenipotenciarios y
embajadores. Sólo que Rodil, que era un barbarote que no
entendía de papelorios, ni de dibujos, ni garambainas,
halló la manera de tender una celada al primer
cónsul inglés, aposentándole una bala de a
onza en la boca del estómago, y sin más pasaporte
lo despachó a pudrir tierra.
Hasta 1827 puede afirmarse que en el Perú tuvo Inglaterra
el monopolio mercantil. Los tejidos ingleses privaban. Desde ese
año el té reemplazó al chocolate y a la
hierba del Paraguay: el te, que durante los tiempos del
coloniaje
se vendía en las boticas,
lo mismo que el alcanfor,
y se usaba solamente
en casos de indigestión,
como dijo nuestro poeta cómico Manuel Segura.
Después de ese año, el comercio francés
principió a asomar las narices y a hacer competencia al
británico, y nos invadieron las falsificaciones, sobre
todo en materia de telas.
El consumo de bretaña inglesa, hilo puro, era
considerable, y los franceses introdujeron cargamentos de
bretaña algodonada, dando gato por liebre al comprador
bisoño.
Los ingleses creyeron poner coto a la falsificación,
grabando en las piezas de bretaña este membrete:
Garantido, todo lino.
¡Que si quieres, lucero! Antes del año los
franchutes se la jugaron de mano a los gringos, y en el
Perú entero, ni para reliquia se encontraba ya una pieza
de bretaña sin su correspondiente Garantido, todo
lino.
Pero era el caso que, apenas iba una camisa a la batea y se
desprendía la gomita del lienzo, aparecía la hilaza
del algodón.
¡Y aténgase usted a garantías!
Algo muy parecido pasa con los hombres públicos de mi
tierra, dígolo sin alusión al presente. ¡Dios
me libre!
La falsificación data desde ha fecha, como que pasa de
medio siglo.
Hay crisis ministerial, cosa del otro jueves y de este
también, y entre los hombres que forman el nuevo gabinete
suele, así como por milagro, en estos tiempos en que ya ni
las viejas creen en milagritos, figurar un personaje del cual
dice la opinión pública, en todos los tonos del
solfeo, lo que la Menegilda en la Gran Vía.
-Este era el hombre que nos hacía falta. Llegó la
plata y se socorrieron los pobres. Ilustrado, él.
Patriota, él. Integérrimo, él. Honrado,
él. Talento, él. Organizador, él.
Independiente, él.
En una palabra: Garantido, todo lino.
Yo no sé qué diablos tiene esa maldita batea que se
llama Palacio. No hay tela que resista al primer restregón
sin descubrir la mala hilaza. A poco de manejar su
señoría el portafolio, declara esa señora
opinión pública (que es la hembra más
voltaria que se conoce) que en el tan cacareado él no
había ni ilustración, ni talento, ni patriotismo,
ni independencia, ni honorabilidad, ni nada, ni nada, ni siquiera
tipo de buen mozo. Algodón purito.
Y no entremos en otras
apreciaciones:
ya pasó la cuaresma
para sermones.