Parece que el diablo tuvo en los tiempos del coloniaje gran
predilección por el corregimiento de Puno, Pruébalo
el que allí abundan las consejas en que interviene el rey
de los abismos.
Esta predilección llegó al extremo de no
conformarse su majestad cornuda con ser un cualquiera de esos
pueblos, sino que aspiró a ejercer mando en ellos.
Traslado al alcalde de Paucarcolla.
Y no sólo hizo el diablo diabluras como suyas, sino que
también trató de hacer cosas santas, queriendo tal
vez ponerse bien con Dios; pues a propósito de la iglesia
de Pusi, que se empezó a edificar a fines del siglo
anterior, refieren que el ángel condenado
contribuía todos los sábados con una barra de plata
del peso de cien marcos, la que inmediatamente vendía el
cura, que era el sobrestante de la obra y con quien el Patudo,
bajo el disfraz de indio viejo, se entendía.
Desgraciadamente el templo, que auguraba ser el más grande
y majestuoso de cuantos tiene el departamento, quedó sin
concluir; porque la autoridad, que siempre se mete en lo que no
le importa, se empeñó en averiguar de dónde
salían las barras, y el diablo, recelando que le armasen
una zancadilla, no volvió a presentarse por los
alrededores de Pusi.
Vamos con la tradición, poniendo aparte
preámbulos.
Cuentan las crónicas que allá por los, años
de 1778 presentose un indio en una pulpería de la por
entonces villa de Lampa a comprar varias botijas de aguardiente;
mas no alcanzándole el dinero para el pago, dejó en
prenda y con plazo de dos meses tinos ídolos o figurillas
de oro y plata. La pulpería enseñó estas
curiosidades al cura Gamboa, y él, reconociendo que
debían ser recientemente extraídas de alguna huaca
la comprometió a que diera aviso tan luego como el indio
se presentase a reclamar sus prendas.
Púsose el cura de acuerdo con el gobernador Don Pablo de
Aranibar, y cuando a los dos meses volvió el indio a la
pulpería, cayeron sobre el alguaciles y lo llevaron preso
ante la autoridad.
Asustado el infeliz con las amenazas del cura y del gobernador,
les ofreció conducirlos al siguiente día al sitio
de donde había desenterrado los ídolos.
En efecto, llevolos a la pampa de Betanzos, llamada así en
memoria del conquistador de este apellido, que casó con la
ñusta doña Angelina, hija de Atahualpa; pero por
más que escarbaron en una huaca que les indicó el
indio, nada pudieron obtener. Temiendo que fuera burla o
bellaquería del preso, alzaron los garrotes y empezaron a
sacudirle el polvo.
Entregados estaban cura y gobernador a este ejercicio, cuando
atraído sin duda por los lamentos de la víctima, se
presentó un indio viejo y les dijo:
-Viracochas (blancos o caballeros), no peguen más a ese
mozo. Si lo que buscan es oro, yo les llevaré a sitio
donde encuentren lo que nunca han soñado.
Los dos codiciosos suspendieron la paliza, entraron en
conversación con el viejo y al cabo, se convencieron de
que la fortuna se les venía a las manos.
Volviéronse a Lampa con el descubridor y lo tuvieron bien
mantenido y vigilado, mientras escribían a Lima
solicitando del virrey Don Manuel Guirior permiso para desenterrar
un tesoro en los terrenos que hoy forman la hacienda de
Urcumimuni.
Accedió el virrey Guirior, nombrando a Don Simón de
Llosa, vecino de Arequipa, para autorizar con su presencia las
labores y recibir los quintos que a la corona
correspondieran.
Dice Basadre que de los asientos de las cajas reales de Puno
aparece que lo sacado de la huaca en tejos de oro se
valorizó en poco más de millón y medio de
pesos, sin contar lo que se evaporó.
¡Riqueza es en toda tierra de barbudos o
lampiños!
Dice la tradición que en la época en que se
acopiaba oro para satisfacer el rescate de Atahualpa, mil indios
se emplearon en enterrar en Urcumimuni los caudales que
componían la carga de doce mil llamas.
El indio viejo contemplaba sonriendo a los felices viracochas, y
les dijo un día, cuando ya consideraban agotada la
huaca:
-Pues lo que han logrado es poco, que en esta pampa hay
todavía mayor riqueza; pero no puede sacarse sin gran
peligro.
Con justicia dijo Salomón que una de las tres cosas
insaciables es la codicia.
Nuestros caballeros no se dieron por satisfechos con la fortuna
hasta allí obtenida, y desoyendo los consejos del anciano
emprendieron serios trabajos de excavación.
Llevaban ya en ellos tres semanas, cuando una tarde tropezaron
los picos y azadones con un muro de piedra a gran profundidad de
la tierra.
Cura, gobernador y representante de la real hacienda brincaron de
gusto, imaginándose ya dueños de un nuevo y mayor
tesoro.
Sólo el indio permanecía impasible y de rato en
rato se dibujaba en su rostro una sonrisa burlona.
Redoblaron sus esfuerzos los trabajadores para romper el fuerte
muro; mas de improviso, al desprender una piedra colosal,
sintiose horrible ruido subterráneo y una gran masa de
agua se precipitó por el agujero.
Cuantos allí estaban emprendieron la fuga,
deteniéndose a dos cuadras de distancia.
El indio había desaparecido y jamás volvió a
tenerse de él noticia.
El sencillo pueblo cree desde entonces que la laguna de Chilimani
es obra del diablo para burlar la avaricia de los hombres; y en
vano, aun en los tiempos de la República, se han formado
sociedades para desaguar esta laguna que, como la de Urcos, se
presume que guarda una riqueza fabulosa.
El autor del Viaje al globo de la luna explica así en su
curioso manuscrito lo sucedido: «No tiene duda que el Colla
o señor del Collao, vasallo del inca, enterró sus
tesoros bajo de tres cerros de tierra hechos a mano. En nuestros
días unos españoles, valiéndose de un
derrotero proporcionado por unos indios del lugar a sus
antecesores, emprendieron la gran obra de destruir los cerritos
artificiales. Habían encontrado ya un ídolo de oro
y una corona también de oro; pero con el gran gozo que les
produjo este hallazgo y el mayor que aún se
prometían, no cuidaron de conservar ilesa cierta argamasa,
que era como el murallón, o dígase la callana, que
recibía estos tesoros para que no los inundasen las
poderosas filtraciones del lago vecino. Con este desacierto
quedó imposibilitada la prosecución de la obra y
perdido el tesoro. Obra de titanes nos parece que los indios
allanaran cerros y trasladaran montes e hicieran estas
prodigiosas callanas o murallones a orillas de un lago. Sin
embargo, el procedimiento era sencillo y dependía del gran
número de brazos de que podía disponer el
señor. En un plano, por ejemplo, de mil varas de
circunferencia trabajaban cincuenta mil o más indios en la
excavación, otros tantos en agotar el agua que se filtraba
y número igual en ir preparando y acentuando aquellas
impenetrables argamasas; siendo de advertir que mucha gente
también y a largas distancias iba pasando de mano en mano
los materiales. Y así, sin confusión, sin
embarazarse y en líneas bien ordenadas trabajaba aquella
inmensa multitud en destruir o fabricar cerrillos, hacer
subterráneos, caminos y fortalezas».