Alcalde de corte en 1752 era el licenciado Don Gonzalo de
Vallés.
Una mañana encaminose a la cárcel de la
Pescadería para despachar con destino al presidio de
Chagres trece condenados a expiar allí sus delitos durante
quince años.
Habíase permitido a los deudos de esos infelices que para
despedirse de ellos penetrasen en el patio de la cárcel, y
son para imaginadas más que para descritas las dolorosas
escenas que allí se realizaron.
Despidiéndose de uno de los reos, sentenciado por
ladrón y asesino, hallábase su hermana, una
bellísima mulata, la que se arrojó a los pies de
Don Gonzalo pidiéndole la libertad del pez. El demonio de
la lujuria mordió los sentidos del licenciado, y a trueque
de los apetitosos favores de la muchacha, convino en sacrificar
sus deberes de juez y su conciencia de hombre.
Pero presentábase una pequeña dificultad. Siendo
trece los condenados, había que arbitrar la manera de no
cambiar el fatal número.
El Sr. de Vallés mandó poner preso al primer pobre
diablo que pasara por la calle, y haciéndose sordo a sus
protestas lo envió, poco después de oraciones, al
Callao en trahilla con los doce pícaros. El buque que
debía transportarlos al presidio zarpó aquella
misma noche.
El sustituto del hermano de la que por su belleza pasar
podía por tentación encarnada, era un
honradísimo leñador, que dejaba mujer e hijos,
ignorantes del cruel destino que le había cabido.
Quince años pasó el infeliz en Chagres devorando en
silencio su amargura, pero acariciando un pensamiento de
legítima venganza.
En 1767 ocupaba ya Don Gonzalo de Vallés plaza de oidor en
la Real Audiencia de Lima; y una tarde en que regresaba de su
cotidiano paseo por la Alameda, al pasar bajo el arco del Puente
arrojose sobre él un hombre, y clavándole un
puñal en el pecho, le dijo:
-Yo soy Tomás el leñador, a quien tuvo su
señoría quince años en el presidio.
Y empapándose las manos (dice el proceso que extractamos)
en la sangre caliente que a borbotones salía de la herida,
y bañándose con ella la cabeza, exclamó con
una espantosa carcajada:
-¡Ya me lavé las canas que me salieron en el
presidio de Chagres!
Pero en el acto Tomás fue sentenciado a horca,
cortándole antes el verdugo la mano derecha. Y
habríase cumplido la terrible sentencia a no existir en la
escolta del virrey Amat un soldado, hijo del leñador,
quien puso en antecedentes a su excelencia,
A pesar del empeño de los oidores por vengar la muerte de
su compañero, el justificado Amat envió la causa a
España, y en 1769 volvió ésta con el real y
definitivo fallo.
Su majestad declaraba que el oidor Vallés había
sido muerto en buena ley, y que de sus bienes se pagara a
Tomás durante su vida una pensión de diez pesos
fuertes al mes.
Los documentos que comprueban este rápido relato se hallan
en uno de los códices del Archivo Nacional; advirtiendo
que hemos cambiado el nombre del oidor por motivo fácil de
adivinar.