Tierra de buenas uvas y de eximias, brujas llamaban los antiguos
limeños a la que, en este siglo, fue teatro de los
milagros del venerable fray Ramón Rojas, generalmente
conocido por el padre Guatemala, y sobre cuya canonización
por Roma se trata con empeño.
Yo no creo en más hechizos que en los que naturalmente
tiene una cara de buena moza. Toda mujer bonita lleva en sus ojos
un par de diablitos familiares, que a nosotros los varones nos
hacen caer en más de una tentación y en renuncios
de grueso calibre.
Pero el pueblo iqueño es dado a crecer en lo sobrenatural,
y ni con tiranas carretas se le hace entender que es mentira
aquello de que las brujas viajan por los aires, montadas en
cañas de escoba, y que hacen maleficios, y que leen, sin
deletrear, en el libro del porvenir, como yo en un mamotreto del
otro siglo.
Verdad es que la Inquisición de Lima contribuyó
mucho a vigorizar la fama de brujas que disfrutaron las
iqueñas. Ahí están mis Anales, donde figuran
entre las penitenciadas muchas prójimas oriundas de la
villa de Valverde, y de cuyas marrullerías no quiero
ocuparme en este artículo, porque no digan que me repito
como bendición de obispo.
II
El primer brujo que floreció en Ica (allá por los
años de 1611) merecía más bien el
título de astrólogo. Era blanco, de mediana
estatura, pelo castaño, nariz perfilada, hablaba muy
despacio y en tono sentencioso, y ejercía la
profesión de curandero.
Era el Falb de su siglo; gran pronosticador de temblores y muy
diestro en agorerías.
Parece que aun intentó escribir un libro, a juzgar por las
siguientes líneas extractadas de una carta que
dirigió a un amigo:
«Modo de conocer cuándo un año será
abundante en agua. -Se observa el aspecto que presenta el cielo
el 1.ºde enero en la tarde, y si éste es color
caña patito será un buen año de
agua».
Explica, además, la abundancia del agua, cuando no
concurre aquella condición, como prerrogativa de los
años bisiestos.
Califica también los años de solarios o lunarios,
según la mayor o menor influencia del sol y la luna.
«¿Cómo se sabrá cuándo pueda
declararse una epidemia?- Para esto -dice- no hay más que
fijarse si en el mes de febrero se forman o no remolinos en el
aire. En el primer caso es segura la peste, siendo de notarse que
la viruela, por ejemplo, donde primero aparece es en las hojas de
la parra».
No deja de ser curiosa la teoría del astrólogo
iqueño sobre las lluvias. «Las nubes -decía-
no son otra cosa que masas semejantes a una esponja que tienen la
cualidad de absorber el agua. Estas esponjas se ponen en contacto
con el mar, y satisfecha ya su sed, se elevan a las regiones
superiores de la atmósfera, en donde los vientos las
exprimen y cae el agua sobre la tierra». En cuanto a la
gran cantidad de sapitos (ranas) que aparecen en Ica
después de un aguacero, decía que eran debidos a
que los gérmenes contenidos en las nubes se desarrollan
antes de llegar a la tierra. Daba el nombre de penachería
doble a toda aglomeración de nubes, y entonces el
aluvión tomaba el calificativo de avenida macho.
Ello es que, como sucede a todos los charlatanes cuando se meten
a explicar fenómenos de la naturaleza, ni él se
entendía ni nadie alcanzaba a entenderlo, condiciones
más que suficientes para hacerse hombre prestigioso.
«Sólo teniendo pacto con el diablo puede un mortal
saber tanto», decía el pueblo, y todos en sus
dolencias acudían a comprarle hierbas
medicinales».
III
No porque las Cortes de Cádiz extinguieran en 1813 el
tribunal de la Inquisición, desaparecieron de Ica las
brujas. Pruebas al canto.
Hasta hace poco vivía mama Justa, negra
repugnantísima, encubridora de robos y rufiana, muy
diestra en preparar filtros amorosos, alfiletear muñecos y
(¡Dios nos libre!) atar la agujeta. Mala hasta vieja la
zangarilleja. Contra su sucesora ña Manonga Lévano
no hubo más acusación formal de brujería que
la de varias vecinas que juraron, por la Hostia consagrada,
haberla visto volar convertida en lechuza.
La Lévano ejercía el oficio de comadrona. Llegaba a
casa de la parturienta, ponía sobre la cabeza de
ésta un ancho sombrero de paja, que ella decía
haber pertenecido al arzobispo Perlempimpim, y antes de cinco
minutos venía al mundo un retoño. No hubo
tradición de que el sombrero mágico marrase.
Ña Dominguita la del Socorro vive aún, y todo Ica
la llama bruja, sin que ella lo tome a enojo. Es una anciana,
encorvada ya por los años, y que es el coco de los
muchachos porque usa una especie de turbante en la cabeza. En el
huertecito de su casa hay un arbolillo, que fue plantado por el
padre Guatemala, el cual da unas florecitas color de oro, las
que, según ña Dominguita, se desprenden el
día de Cuasimodo; florecitas que poseen virtudes
prodigiosas. Fue educada en el beaterio del Socorro, fundado en
el siglo anterior por el dominico fray Manuel Cordero, cuyo
retrato se conserva tras de la puerta de la capilla. Ña
Dominguita odia todo lo que huele a progreso, y augura que el
fierro-candil ha de traer mil desventuras a Ica. La
víspera de la batalla de Saraja no sólo
pronosticó el éxito, que para eso no necesitaba ser
bruja, sino quo designó por sus nombres a los
iqueños que habían de morir en ella. Sus palabras
son siempre de doble sentido, y admira su ingenio para salir de
atrenzos.
Don Jerónimo Illescas, vecino y natural de Ica, blanco,
obeso y decidor, era lo que se entiende por un brujo
aristocrático. Sabía echar las cartas como una
francesa embaucadora. Ño Chombo Llescas, como lo llamaba
el pueblo, tenía, hasta hace pocos años que
murió, pulpería en la esquina de San Francisco, y
vendía exquisitas salchichas confeccionadas por Tiburcio,
negro borrachín a quien Don Jerónimo ocupaba en la
cocina. El tal Tiburcio era también un tipo, pues
había encontrado manera pan disculpar su constante
embriaguez.
-Mi amo -contestaba Tiburcio-, ¿cómo no quiere su
merced que me emborrache de gusto, si las salchichas me han
salido deliciosas?
Si al día, siguiente era también reconvenido,
contestaba:
-¡Ay, mi amo! ¿Cómo no me he de emborrachar
de sentimiento, si las salchichas se me han echado a perder y
están malísimas?
La fama de Don Jerónimo, como adivino, se había
extendido de la ciudad al campo. Las indias, sobre todo,
venían desde largas distancias y le pagaban un peso por
consulta.
En Lima hay bobos que, por parecerse a Napoleón el Grande,
pagan cuatro soles a la echadora de cartas.
IV
Como las brujas de Mahudes y Zugarramurdi, en España, son
famosas en Ica las de Cachiche, baronía, condado o
señorío de un amigo. Cachichana y bruja son
sinónimos. Nadie puede ir a Cachiche, en busca de los
sabrosos dátiles que ese lugar produce, sin regresar
maleficiado.
Contribuye también al renombre de Cachiche la excelencia
de los higos de sus huertas. Esos higos son como los de Vizcaya,
de los que se dice que, para ser buenos, han de tener cuello de
ahorcado, ropa de pobre y ojo de viuda; esto es, cuello seco,
cáscara arrugadita y extremidad vertiendo
almíbar.
Sigamos con las brujas de Cachiche.
Para no pecar de fastidiosos, vamos a hablar únicamente de
Melchorita Zugaray, la más famosa hechicera que Cachiche
ha tenido en nuestros tiempos.
El laboratorio o sala de trabajo de esta picarona era un cuarto
con puerta de pellejo, y en el fondo obscuro de las paredes
destacábase un lienzo blanco, sobre el cual proyectaban
rayos de luz atravesando agujeros convenientemente preparados en
el techo.
El que venía a consultarse con Melchora sobre alguna
enfermedad, era conducido al laboratorio, donde después de
ciertas ceremonias cabalísticas, lo colocaba la bruja
frente al cuadro luminoso y lo interrogaba mañosamente
sobre su vida y costumbres, sin descuidar todo lo relativo a
amigos y enemigos del paciente. Cortábale en seguida un
trozo del vestido o un mechón de pelo, citándolo
para el siguiente día a fin de sacar muñeco.
Concurría el enfermo, llevábalo Melchora al campo o
a algún corral y desenterraba una figurilla de trapo,
claveteada de alfileres. Pagaba la víctima una buena
propina, y si no sanaba era porque había ocurrido tarde a
la ciencia de la hechicera.
Otros, sobre todo las mujeres celosas y los galanes
desdeñados, buscaban a Melchora para que los pusiese en
relación íntima con el diablo. Vestíase la
bruja de hombre, y acompañada del solicitante,
encaminábase al monte, donde entre otros conjuros para
evocar al Maligno (¡Jesús tres veces!) empleaba el
siguiente:
«Patatín, patatín, patatín,
calabruz, calabruz, calabruz,
no hay mal que no tenga fin,
si reniego de la cruz».
Por supuesto que el diablo se hacía el sordo, y la bruja,
que previamente había recibido la pitanza, daba por
terminado el sortilegio, diciendo que si Pateta no se presentaba
era porque la víctima tenía miedo o falta de
fe.
V
No hace cuatro años que los tribunales de la
República condenaron a unos infelices de la provincia de
Parapaca por haber quemado a una bruja, y creo que más
recientemente se ha repetido la escena de la hoguera en otros
pueblos del Sur.
En cuanto a Ica, consta en uno de los números de El
Imparcial, periódico que en 1873 se publicaba en esa
ciudad, que una pobre mujer de Pueblo Nuevo fue atada a un
árbol por un hombre, el que la aplicó una terrible,
azotaina en castigo de haberlo maleficiado. Cosa idéntica
se había realizado en 1860 con Jesús Valle, negra
octogenaria y esclava de los antiguos marqueses de Campoameno, a
la que costó gran trabajo impedir que los peones de una
hacienda la convirtiesen en tostón.
VI
Y para concluir con las brujas de Ica, que ya este
artículo va haciéndose más largo de lo que
conviene, referiré, el porqué José Cabrera
el Chirote conquistó en Ica fama de catedrático en
brujería.
Aconteció que la conjunta de un amigo de éste
sintiose acometida de los dolores de parto, y mientras el marido
fue en busca de comadrona, quedose el Chirote en la casa al
cuidado de la mujer. Ésta chillaba y hacía tantos
aspavientos, que Cabrera, a quien apestaban los melindres, la
arrimó un bofetón de cuello vuelto. Recibirlo y dar
a luz un muchacho fue asunto de dos segundos.
El marido, la matrona y las vecinas calificaron de brujo a
ño Cabrera, y hoy mismo no hay quien le apee el mote de
Chirote el brujo, a lo cual contesta él con mucha
flema:
-Merecido lo tengo. Eso he ganado por haberme metido a hacer un
bien.