Principio principiando;
principiar quiero,
por ver si principiando
principiar puedo.
In diebus illis, digo, cuando yo era muchacho, oía con
frecuencia a las viejas exclamar, ponderando el mérito y
precio de una alhaja: «¡Esto vale tanto como el
alacrán de fray Gómez!».
Tengo una chica remate de lo bueno, flor de la gracia y espumita
de la sal, con unos ojos más pícaros y
trapisondistas que un par de escribanos:
...Chica
que se parece
al lucero del alba
cuando amanece.
Al cual pimpollo he bautizado, en mi paternal chochera, con el
mote de alacrancito de fray Gómez. Y explicar el dicho de
las viejas y el sentido del piropo con que agasajo a mi
Angélica, es lo que me propongo, amigo y camarada Prieto,
en esta tradición.
El sastre paga deudas con puntadas; y yo no tengo otra manera de
satisfacer la literaria que con usted he contraído que
dedicándole estos cuatro palotes.
I
Éste era un lego contemporáneo de don Juan de la
Pipirindica, el de la valiente pica, y de San Francisco Solano;
el cual lego desempeñaba en Lima en el convento de los
padres seráficos las funciones de refitolero en la
enfermería u hospital de los devotos frailes. El pueblo lo
llamaba fray Gómez, y fray Gómez lo llaman las
crónicas conventuales, y la tradición lo conoce por
fray Gómez. Creo que hasta en el expediente que para su
beatificación y canonización existe en Roma, no se
le da otro nombre.
Fray Gómez hizo en mi tierra milagros a mantas, sin darse
cuenta de ellos y como quien no quiere la cosa. Era de suyo
milagrero como aquel que hablaba en prosa sin sospecharlo.
Sucedió que un día iba el lego por el puente,
cuando un caballo desbocado arrojó sobre las losas al
jinete. El infeliz quedó patitieso, con la cabeza hecha
una criba y arrojando sangre por boca y narices.
-¡Se descalabró, se descalabró! -gritaba la
gente-. ¡Que vayan el San Lázaro por el santo
óleo!
Y todo era bullicio y alharaca.
Fray Gómez acercose pausadamente al que yacía en
tierra, púsole sobre la boca el cordón de su
hábito, echole tres bendiciones, y sin más
médico ni más botica, el descalabrado se
levantó tan fresco como si golpe no hubiera
recibido.
-¡Milagro, milagro! ¡Viva Fray Gómez!
-exclamaron los infinitos espectadores, y en su entusiasmo
intentaron llevar en triunfo al lego. Éste, para
sustraerse a la popular ovación, echó a correr
camino de su convento y se encerró en su celda.
La crónica franciscana cuenta esto último de manera
distinta. Dice que fray Gómez, para escapar de sus
aplaudidores, se elevó en los aires y voló desde el
puente hasta la torre de su convento. Yo ni lo niego ni lo
afirmo. Puede que sí, y puede que no. Tratándose de
maravillas, no gasto tinta en defenderlas ni en refutarlas.
Aquel día estaba fray Gómez en vena de hacer
milagros; pues cuando salió de su celda se encaminó
a la enfermería, donde encontró a San Francisco
Solano acostado sobre una tarima, víctima de una furiosa
jaqueca. Pulsolo el lego, y le dijo:
-Su paternidad está muy débil, y haría bien
en tomar algún alimento.
-Hermano -contestó el santo-, no tengo apetito.
-Haga un esfuerzo, reverendo padre, y pase siquiera un
bocado.
Y tanto insistió el refitolero, que el enfermo, por
libertarse de exigencias que picaban ya en majadería,
ideó pedirle lo que hasta para el virrey habría
sido imposible conseguir, por no ser la estación propicia
pana satisfacer el antojo.
-Pues mire, hermanito, sólo comería con gusto un
par de pejerreyes.
Fray Gómez metió la mano derecha dentro de la manga
izquierda, y sacó un par de pejerreyes tan fresquitos que
parecían acabados de salir del mar.
-Aquí los tiene su paternidad, y que en salud se le
conviertan. Voy a guisarlos.
Y ello es que con los benditos pejerreyes quedó San
Francisco curado como por ensalmo.
Me parece que estos dos milagritos, de que incidentalmente me he
ocupado, no son paja picada. Dejo en mi tintero otros muchos de
nuestro lego, porque no me he propuesto relatar su vida y
milagros.
Sin embargo, apuntaré, para satisfacer curiosidades
exigentes, que sobre la puerta de la primera celda del
pequeño claustro que hasta hoy sirve de enfermería,
hay un lienzo pintado al óleo representando estos dos
milagros, con la siguiente inscripción:
«El venerable fray Gómez.- Nació en
Extremadura en 1560. Vistió el hábito en Chuquisaca
en 1580. Vino a Lima en 1581.- Enfermero fue cuarenta
años, ejercitando todas las virtudes, dotado de favores y
dones celestiales. Fue su vida un continuado milagro.
Falleció en 2 de Mayo de 1631, con fama de santidad. En el
año siguiente se colocó el cadáver en la
capilla de Aranzazu, y en 13 de Octubre de 1810 se pasó,
bajo del altar mayor, a la bóveda a donde son sepultados
los padres del convento. Presenció la traslación de
los restos el señor doctor don Bartolomé
María de las Heras. Se restauró este venerable
retrato en 30 de Noviembre de 1882 por M. Zamudio».
II
Estaba una mañana fray Gómez en su celda entregado
a la meditación, cuando dieron a la puerta unos discretos
golpecitos, y una voz de quejumbroso timbre dijo:
-Deo grabas... ¡Alabado sea el Señor!...
-Por siempre jamás, amén. Entre, hermanito
-contestó fray Gómez.
Y penetró en la humildísima celda un individuo algo
desarrapado, vera efigies del hombre a quien acongojan pobrezas;
pero en cuyo rostro se dejaba adivinar la proverbial honradez del
castellano viejo.
Todo el mobiliario de la celda se componía de cuatro
sillones de vaqueta, una mesa mugrienta y una tarima sin
colchón, sábanas ni abrigo, y con una piedra por
cabezal o almohada.
-Tome asiento, hermano, y dígame sin rodeos lo que por
acá le trae -dijo fray Gómez.
-Es el caso, padre, que yo soy hombre de bien a carta
cabal...
-Se le conoce y que persevere deseo, que así
merecerá en esta vida terrena la paz de la conciencia, y
en la otra la bienaventuranza.
-Y es el caso que soy buhonero, que vivo cargado de familia y que
mi comercio no cunde por falta de medios, que no por
holgazanería y escasez de industria en mí.
-Me alegro, hermano, que a quien honradamente trabaja Dios le
acude.
-Pero es el caso, padre, que hasta ahora Dios se me hace el
sordo, y en acorrerme tarda...
-No desespere, hermano, no desespere.
-Pues es el caso que a muchas puertas he llegado en demanda de
habilitación por quinientos duros, y todas las he
encontrado con cerrojo y cerrojillo. Y es el caso que anoche, en
mis cavilaciones, yo mismo me dije a mí mismo:
«¡Ea!, Jeromo, buen ánimo y vete a pedirle el
dinero a fray Gómez; que si él lo quiere,
mendicante y pobre como es, medio encontrará para sacarte
del apuro». Y es el caso que aquí estoy porque he
venido, y a su paternidad le pido y ruego que me preste esa
puchuela por seis meses, seguro que no será por mí
por quien se diga:
En el mundo hay devotos
de ciertos santos:
la gratitud les dura
lo que el milagro;
que un beneficio
da siempre vida a ingratos
desconocidos.
-¿Cómo ha podido imaginarse, hijo, que en esta
triste celda encontrará ese caudal?
-Es el caso, padre, que no acertaría a responderle; pero
tengo fe en que no me dejará ir desconsolado.
-La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.
Y paseando los ojos por las desnudas y blanqueadas paredes de la
celda, vio un alacrán que caminaba tranquilamente sobre el
marco de la ventana. Fray Gómez arrancó una
página de un libro viejo, dirigiose a la ventana,
cogió con delicadeza a la sabandija, la envolvió en
el papel, y tornándose hacia el castellano viejo le
dijo:
-Tome, buen hombre, y empeine esta alhajita; no olvide,
sí, devolvérmela dentro de seis meses.
El buhonero se deshizo en frases de agradecimiento, se
despidió de fray Gómez, y más que de prisa
se encaminó a la tienda de un usurero.
La joya era espléndida, verdadera alhaja de reina morisca,
por decir lo menos. Era un prendedor figurando un alacrán.
El cuerpo lo formaba una magnífica esmeralda engarzada
sobre oro, y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes
por ojos.
El usurero, que era hombre conocedor, vio la alhaja con codicia,
y ofreció al necesitado adelantarle dos mil duros por
ella; pero nuestro español se empeñó en no
aceptar otro préstamo que el de quinientos duros por seis
meses, y con un interés judaico, se entiende.
Extendiéronse y firmáronse los documentos o
papeletas de estilo, acariciando el agiotista la esperanza de que
a la postre el dueño de la prenda acudiría por
más dinero, que con el recargo de intereses lo
convertiría en propietario de joya tan valiosa por su
mérito intrínseco y artístico.
Y con este capitalito fuele tan prósperamente en su
comercio, que a la terminación del plazo pudo
desempeñar la prenda, y envuelta en el mismo papel en que
la recibiera, se la devolvió a fray Gómez.
Este tomó el alacrán, lo puso sobre el
alféizar de la ventana, le echó una
bendición, y dijo:
-Animalito de Dios, sigue tu camino.
Y el alacrán echó a andar libremente por las
paredes de la celda.