De cómo a un intendente le pusieron la ceniza en la frente
(A Manuel Aurelio Fuentes)
I
En el tomo primero de una de las series de Papeles varios de la
Biblioteca de Lima, encuéntrase un alegato o
relación de méritos que desde Cádiz, y con
fecha 6 de abril de 1810, elevó a su majestad Don Demetrio
O'Higgins, gobernador intendente de Guamanga.
Ateniéndonos a ese documento, fue Don Demetrio nacido en
Irlanda, hijo de los condes de Coolabin y descendiente, por
línea recta, de Muradach XVI, rey de la fértil
Erin.
En 1782, y cuando apenas contaba quince años de edad,
entró al servicio militar de España en clase de
alférez; y en 1797, a pedimento de su tío el virrey
del Perú Don Ambrosio O'Higgins, pasó a Lima
trayendo recomendación del monarca para que se le acordase
la primera intendencia o prefectura, como hoy decimos, que
vacara.
Mientras llegaba este caso, nombrolo el virrey capitán de
su guardia de caballería, y poco después diole el
mando del regimiento dragones de María Luisa, creado para
impedir que desembarcasen en la costa los ingleses de la
escuadrilla que, a las órdenes de Hugo Seymur,
traían alarmado al país.
Estos señores ingleses nos han dado siempre (y tienen que
darnos, que es lo peor del entripado) dolorcillos de
cabeza.
Fallecido el intendente de Guamanga, Méndez de Escalada,
fue en 22 de octubre de 1799 nombrado Don Demetrio para
sucederle, y consta de su ya citada relación de
méritos que fue muy justiciero, que se condujo con celo y
desinterés, que hizo construir puentes, abrir caminos
reparar iglesias y otras obras de reconocida utilidad para
Guamanga. Lo único que no consta es que fundara siquiera
una escuela. ¡Ya se ve! Ni pizca de falta hacía el
que los peruanos aprendieran a leer.
Fue casado Don Demetrio con una bellísima limeña,
doña Mariana Echevarría, la misma que, en segundas
nupcias, casó con el infortunado marqués de
Torre-Tagle. Doña Mariana acompañó a su
esposo, cuando éste se encerró con Rodil en el Real
Felipe del Callao, muriendo ambos en 1825, víctimas de la
epidemia que se desarrolló en la plaza sitiada.
Volviendo a Don Demetrio, cuando regresó a Europa en 1808
hízolo en compañía de Don Tadeo
Gárate, intendente de Puno; y es fama que todas las
noches, y para distraer el fastidio de tan larga
navegación, íbanse a conversar a la cámara
del capitán, teniendo por delante una botella de abultado
vientre y dos cuernecitos de plata que hacían el oficio de
copas y que cada vez que el vástago de Muradach XVI
sentía la necesidad de remojar el gaznate, acudía a
este estribillo:
«¡Qué mundo tan cochino, Don Tadeo!
Páseme un cacho, que es contra el mareo».
Presentado el personaje, vamos a la tradición.
II
Tres meses llevaba ya de residencia en Guamanga el gobernador
intendente Don Demetrio O'Higgins, cuando llegó el
miércoles de ceniza del año 1880.
Aquello de tener el pelo de un rubio colorado y de hablar el
castellano con mucho acento de gringo, dio al principio motivo
para que el pueblo no lo creyera muy
católico-apostólico-romano. Contribuía a
fortificar tal recelo la circunstancia de que aunque Don Demetrio
no faltaba a sermón ni a misa, sobre todo en los
días de precepto, era poco festejador con la gente de
iglesia.
Era ya casi mediodía, y no quedaba en Guamanga alma
viviente que no hubiese acudido a la parroquia a tomar ceniza.
Únicamente su señoría el gobernador no daba
acuerdo de su persona.
El vecindario estaba escandalizado y todo era corrillos y
murmuraciones.
-¿No lo decía yo? ¡Si es hereje! -afirmaba un
zapatero remendón.
-La pinta no engaña -añadía una vieja
contemporánea del arca de Noé: -es rubio como los
judíos.
-Y tiene pico en la nariz -observaba un cartulario.
-Apuesto a que es circunciso -agregaba una mozuela
marisabidilla.
¡No podía ser por menos! Yo sé que ese hombre
no reza el rosario -argüía un barbero.
-¡Ni el trisagio! -aumentaba otro.
¡Ni la setena!
¡Ni el trecenario!
-¡Y la Inquisición, que se ha echado a muerta!
-murmuraba el vendedor de bulas, que fue probablemente quien en
1804 denunció a Don Demetrio O'Higgins ante el Santo
Oficio de Lima, como lector de obras prohibidas.
-¡Vivía la religión! ¡Muera el
judío! -clamaron todos en coro.
Y la gritería amenazaba ya convertirse en motín
cuando asomó el cura revestido con sobrepelliz y estola,
seguido del sacristán, que llevaba caldereta, hisopo y
demás menesteres. El cura logró tranquilizar al
pueblo, diciendo: que tal vez su señoría estaba
indispuesto, y que por eso no habría acudido a cumplir
como cristiano; pero que él se encaminaba a casa de la
autoridad, para sin reparar en tiquis miquis ponerle la ceniza en
la frente.
El pueblo nombró por aclamación a cuatro vecinos
para que, acompañando al párroco, fuesen testigos
de la ceremonia.
Llegados a casa del intendente, salió éste a la
sala y le saludó el sacerdote.
-Dios guarde a useñoría.
-Y a su merced también. ¿Qué se
ofrece?
-Vengo -prosiguió el cura- a evitar que su
señoría dé motivo de escándalo, y
cumpla delante de testigos con las, prácticas de todo fiel
cristiano.
-Déjeme, padre cura, de sermones y vamos al grano.
-Pues el grano es que anualmente el día de hoy acostumbra
la Iglesia marcar con una cruz la frente de los pecadores, para
recordarles que son mortales y que se han de convertir en polvo y
ceniza. Esto entendido, arrodíllese usía.
-¡Acabáramos, señor mío!
-contestó Don Demetrio poniéndose de hinojos.
El cura pronunció pausadamente el memento homo, y
dibujó con mucha limpieza una cruz de a pulgada larga
sobre la frente del irlandés.
Terminada la ceremonia, dijo el párroco:
-Ahora levántese useñoría.
Don Demetrio se puso de pie y preguntó:
¿No tenemos más que hacer?
-No, señor.
-Pues entonces... ¡God by! Lárguense ustedes con
Dios, que el servicio del rey me espera.
III
Desde ese día fue Don Demetrio O'Higgins el más
popular de los gobernadores intendentes que tuvo Guamanga.
¿Y cómo no serlo si el pueblo soberano, por
intermedio del cura, le había puesto la ceniza en la
frente?