El subprefecto de Casma Don José María Terry
pasó a la autoridad superior, con fecha 18 de abril de
1848, un oficio que, impreso, se encuentra en El Comercio, de
Lima, correspondiente al sábado 6 de mayo. Sobre tan
irrecusable documento basamos este articulejo.
Era la cuaresma del año 1848.
En todos los pueblos del departamento de Huaraz los curas
predicaron sobre el pecado y el infierno y sus horrores sermones
tan estupendos, que a los indios sus feligreses se les
ponían los pelos de punta. La raza indígena es de
suyo propensa a creer en los suplicios materiales con que diz que
son afligidos en el otro mundo los que no anduvieron derechitos
en este de lágrimas y zanguaraña. Además, el
indio es eminentemente fanático. En punto a
religión tiene la fe del carbonero, y acoge como verdad
evangélica cuanta paparrucha sale de los labios, no
siempre bien inspirados, del taita cura.
Tal fue el efecto de las pláticas en aquella cuaresma, que
apenas si se [226] daban abasto los párrocos para confesar
penitentes, y unir con el lazo del matrimonio a muchas medias
naranjas que estaban en camino de pudrirse y servir de almuerzo
al diablo. Con amén, amén, se gana el
Edén.
Ocurriole una tarde al cura de Yaután predicar sobre San
Lorenzo y su martirio, e hízolo con tanta unción y
elocuencia, que a uno de sus oyentes se le enclavó la
convicción de que sólo muriendo como el santo de
las parrillas, iría sin pasar por más
trámites, aduanas ni antesalas, vía directa y como
por ferrocarril a la gloria eterna.
Era el tal un mocetón de treinta años, que en los
arrabales de Yaután habitaba una choza próxima a un
bosquecillo. Oído el sermón, fuese paso a paso a su
albergue, sacó una cruz de madera que allí
tenía, y con ella a cuestas dirigiose al bosque.
Algunos de sus vecinos quo lo tenían en concepto de
maniático, lo siguieron por curiosidad, y ocultos entro
las ramas del bosque pusiéronse a espiarlo. Después
de clavar la cruz en el suelo, empezó el mocetón a
hacinar leña, prendiola fuego, dobló rodillas y
estuvo gran rato en oración De repente, y cuando la
llamarada era más activa, se puso do pie y se
precipitó en la hoguera, exclamando: «¡San
Lorenzo me valga!»
Los curiosos vecinos corrieron a libertarlo. Llegaron tarde. El
pobre fanático había conseguido morir achicharrado
como San Lorenzo.