Magdalena de Eten es en el Perú uno de los pueblos que
más han llamado la atención de los viajeros; pues a
alguno se le ocurrió, en comprobación del origen
asiático de la América, afirmar que los etanos,
como ellos se dicen, o etenanos, como más generalmente se
les llama, hablan la misma lengua que los hijos del Celeste
Imperio. Tal fábula llegó a ser tomada como
realidad por todos los que no han querido hacer una seria
investigación.
La verdad es que los etanos son hoy los depositarios de la lengua
y tradiciones de los antiguos yungas y que cifran su orgullo en
permanecer leales a su origen. Aunque la lengua yunga era en un
tiempo hablada por numerosos pueblos, así los
conquistadores cuzqueños como los españoles se
empeñaron en hacerla desaparecer. Por lo demás, no
hay semejanza entre el yunga y el chino.
Magdalena de Eten es un pueblecito de pescadores y tejedores de
sombreros, petaquillas y otros artefactos de paja. Hállase
situado en un arenal, y en una época de amagos
piráticos el virrey ordenó a sus habitantes que
abandonasen la plaza para no ser forzados a proporcionar
víveres a los enemigos o víctimas de alguna
violencia. En ningún cronista hemos visto comprobada la
noticia que en su Diccionario Geográfico da el
señor Paz Soldán de haber sido destruida esa
población por la arena.
En 1649, gobernando el Perú el virrey conde de
Salvatierra, aconteció en Eten un prodigio, sobre el que
se levantó sumaria información, que Córdova
y Salinas copia en su crónica franciscana.
Fue el caso que la víspera de Corpus el cura fray
Jerónimo de Silva Manrique y las quinientas almas que
formaban el vecindario de Eten vieron en la Hostia divina la
imagen de un niño muy rubio con una tuniquilla
morada.
Don Andrés García de Zurita, obispo de Huamanga y a
la sazón electo para Trujillo, ordenó se conservase
la Hostia en la Custodia hasta que él pudiera ir a Eten y
celebrar suntuosa fiesta.
En uno de los cerros de arena o médanos de Eten vense dos
grandes piedras que, golpeadas con un martillo, tienen la
vibración de las campanas. Los etanos, para encarecer
más el prodigio de la aparición del Niño,
dicen que cuando ésta se verificó los
ángeles repicaron en dichas piedras, imprimiéndolas
el sonido metálico que hasta hoy tienen.
Las dos piedras son conocidas con el nombre de las campanas de
Eten.