Entre el padre fray Agustín Fajardo, lector en
teología y pico de oro o gran predicador, el padre
provincial fray Bartolomé Barba y el prior fray Alonso de
Ayala, los tres del convento agustiniano de Santa Fe de
Bogotá, existía por los años de 1630, y
motivado por querellas del último capítulo,
pronunciado enojo del primero para con los otros.
Era el padre Fajardo un guipuzcoano de gran energía de
carácter y extremado en sus pasiones. No amaba ni
aborrecía a medias, sino por entero.
Enfermose de gravedad, y el físico del convento dispuso
que se le administrase. Con tal motivo prior y provincial
acordaron hacerle una visita en su celda y reconciliarse con
él, fiados en que también el moribundo, listo como
estaba para el supremo trance, echaría pelillos al agua y
les daría un abrazo de perdón y despedida.
Llegaron los visitantes, sentáronse frente al lecho del
enfermo, hablose de generalidades, y al tratarse de la dolencia
que aquejaba al padre Fajardo dijo éste:
-Padre provincial, si su paternidad no pone óbice,
desearía que me otorgara licencia para emprender un
viaje.
-Concedida, hermano, concedida.
-Si no fuere abusar de su bondad, padre provincial,
también le suplicaría me acordase por
compañeros de viaje a los dos religiosos que yo
elija.
Suponiendo siempre el provincial que se trataba de un viaje de
convalecencia en alguno de los pueblecitos vecinos a la ciudad,
le contestó:
-Con mucho gusto. Eso y más que su paternidad desee, delo
por otorgado.
Y quedaron en silencio por algunos minutos, hasta que el prior,
movido por la curiosidad, se aventuro a preguntar:
-¿Y adónde es el viaje y quiénes son los
compañeros?
Entonces el enfermo, incorporándose sobre las almohadas,
dijo con voz terrorífica:
¡Padres! Mi viaje es mañana para la eternidad, y los
dos religiosos que han de acompañarme son vuesas
paternidades. Tenemos los tres cuentas que arreglar ante el
supremo tribunal de Dios.
Yo no habría hecho de este suceso tema para una
tradición, si el formal y verídico cronista en cuyo
libro la he leído no añadiera:
«¡Juicios misteriosos de Dios! Los tres murieron en
plazo menor de treinta días».