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A cuál más santo

Que lo he leído en letras de molde, narrado por un cronista de convento, no tengo ápice de duda. ¿Cuál el libro? ¿Quién el autor? Eso es lo que no alcanzo a recordar. En fin, algo discreparé en pormenores; pero en el fondo garantizo la autenticidad.

Había en Lima por los últimos años del siglo XVII dos legos, juandediano el uno y de la recoleta dominica el otro, que aunque gozando fama de austera virtud, eran tenidos por el pueblo en concepto de un par de locos o extravagantes.

La manía del recoleto dominico era, así lloviese o hubiera una resolana de tostar nueces, llevar siempre la cabeza descubierta. Y la manía del juandediano estribaba en descubrirse también y arrodillarse en plena calle, siempre que encontraba a aquel.

El pueblo consideró estas genuflexiones como cosa de hombre cuya sesera estuviese sin tornillos; pero a los dominicos antojóseles pensar que los juandedianos se burlaban de ellos, encomendando a un lego que hiciese mofa del recoleto.

En Lima jamás se vio dos comunidades bien avenidas. Por si la una tenía mayor antigüedad que la otra, por si gozaba de más prestigio o era superior en riquezas, o por otras causas más o menos fútiles, que motivo de quisquilla no podía faltar, ello es que siempre andaban mascándose sin tragarse. De convento a convento la guerra era perenne.

El prior de la recoleta se encontró un día en terreno neutral con el superior de los juandedianos, y sin perder tiempo en preámbulos, le dijo:

-¿Sabe usted, padre hospitalario, que ya me va cargando el comportamiento de su lego X... para con mi lego Z?... Si vuesa paternidad no lo mete en vereda y sigue repitiéndose la burlería, tomaré yo medidas que escarmienten a sus juandedianos y les hagan conocer la distancia que va de dominico a hospitalario.

Quedose el juandediano alelado y sin atinar a defender los fueros de los suyos. Dijo que él ignoraba lo que ocurría; que haría las averiguaciones del caso, y que si había culpa por pare de su lego, él sabría aplicarle el con digno castigo.

De regreso al convento, llamó el superior al lego y lo interrogó:

-Es la pura verdad -contestó éste- la que ha dicho el reverendo padre prior: sólo que si me arrodillo cuando encuentro al hermano Z..., es por veneración al Espíritu Santo, que va posado sobre su cabeza.

Transmitida la respuesta al prior de los recoletos y hecha pública entre la gente del pueblo, adquirieron los dos legos gran reputación de santidad. Pero ella fue motivo para que cada comunidad sostuviese que la santidad de su lego era de más quilates que la del otro.

¿Cuál era mayor gracia? ¿La de llevar al Espíritu Santo sobre la cabeza, o la de tener el privilegio de verlo? Averígüelo otro que no yo, que aquel que lo averiguo buen averiguador será.

En los tiempos de la República, creo que hasta 1865, hubo en Lima un señor Cogoy, que fue acaudalado comerciante, regidor del Cabildo y gran persona en los albores de la independencia, el cual dio a la vejez en el tema de andar sin sombrero. Era un loco manso, a quien conocí y traté.

Como el lego de la recoleta, sostenía el buen Cogoy que llevaba al Espíritu Santo sobre la cabeza. Sólo que como esto pasaba en días de impiedad republicana, de herejes vitandos y de francmasones descreídos, Dios no quiso acordar a ningún otro prójimo la gracia de ver la palomita.

¡Y luego dirán que progresamos!
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