A riesgo de que se incomoden conmigo los trujillanos y me llamen
hasta excomulgado a matacandelas y hereje vitando,
ocúrreseme hoy sacar a plaza conseja que con ellos y con
su tierra se relaciona. Júroles, empero, no proceder de
malicia o con segunda intención, que hombre no soy de
trastienda ni de burbujas de jabón. Ésta es una
tradicioncilla que, como ciertas jamonas, tiene la frescura de
las uvas conservadas. Basta de algórgoras, y a tus
fuelles, sacristán.
I
Grave desacuerdo había por los años de 1795 entre
el ilustrísimo señor don Manuel Sobrino y Minayo,
vigésimo obispo de Trujillo, y su señoría el
señor don Vicente Gil y Lemus, intendente de esa
región y sobrino de su excelencia el virrey bailio don
fray Francisco Gil de Taboada Lemus y Villamarín.
Era el caso que el intendente había autorizado una corrida
de toros en domingo, día consagrado al Señor; y el
obispo veía en esto mucho de irreligiosa desobediencia a
las prescripciones de la Iglesia; pues por asistir a la profana
fiesta y llegar a tiempo de obtener cómodo asiento,
algunos cristianos, que cristianos tibios serían por andar
a caza de pretexto, olvidaban cumplir el obligado precepto de
oír misa.
El señor Sobrino y Minayo, a pesar de la mitra, era
aficionado a la camorra; y tanto que la armó y gorda por
poner en vigencia una ordenanza de Felipe II, la cual
disponía que las hembras de enaguas airadas vistieran,
para no ser confundidas con las honestas damas, de paño
pardo con adornos de picos; de donde, por si ustedes lo ignoran,
les diré que tuvo origen la fase andar a picos pardos. El
señor intendente dijo que eso de legislar sobre el vestido
y la moda era asunto de sastres y costureras más que de la
autoridad; que la regia ordenanza había caído en
desuso; y que, por fin, antes se pondría a clavar
banderillas y a estoquear un toro bravo, que en dimes y diretes
con el sexo que se viste por la cabeza.
La cosa se ponía cada día más en candela, y
la ciudad estaba dividida en bandos: el que acataba los
escrúpulos del obispo, y el que simpatizaba con los humos
de resistencia de la autoridad civil.
El obispo plumeaba largo, y hasta había logrado que la
Inquisición tuviera con ojo al margen el nombre del
intendente, como sospechoso en la fe; varapalo que también
alcanzó a su tío el virrey, el que en un registro
que original existe entre los manuscritos de la Biblioteca de
Lima, figura como lector de libros prohibidos.
Por su parte el intendente tampoco tenía ociosa la pluma,
y por cada correo de Valles (que así llamaban al que
mensualmente llegaba a Lima trayendo la correspondencia de los
pueblos del Norte), enviaba a la Real Audiencia y al virrey una
resma de oficios, epístolas y memoriales contra el obispo.
En uno de ellos acusaba su señoría al mitrado de
desacato a la majestad del monarca, porque en el escudo de armas
de la ciudad, colocado en el salón principal del
seminario, había suprimido la corona real.
El escudo de armas de Trujillo fue dado a la ciudad por Carlos V.
Constaba de un solo cuartel, en el que, sobre fondo de azur, se
alzaban dos columnas en plata sosteniendo una corona de oro. Dos
bastos de gules sobre fondo de aguas, en sinople, y en el centro
de ellos la letra K (inicial de Karolus V), formaban un aspa con
las columnas. Este escudo, mantelado, estaba sobre el pecho de
una águila, en sable.
En la cuestión de los toros declaró la Real
Audiencia que era indiferente lidiarlos en día festivo o
de trabajo; y que por lo tanto, ni el intendente se había
extralimitado ni el obispo faltado a su deber reclamando contra
lo que, en conciencia, creía infractorio de prescripciones
eclesiásticas. Dedada de miel a ambos poderes.
En lo relativo a los picos pardos, dijo la Audiencia que el
obispo hacíamuy bien en querer que la oveja limpia no se
confundiese con la oveja sarnosa; pero que también el
intendente había estado en lo juicioso declarando que en
España e Indias había caído en desuso la
pragmática real, desde el advenimiento del cuarto Felipe
al trono español. Otra dedada de miel.
En lo del escudo resultó culpable de descuido o
distracción el pintor, que la soga rompe siempre por lo
más débil; honrado el obispo, porque
comprobó haber reprendido oportunamente al pintamonas; y
enaltecido el intendente, porque acreditó celo y amor a
los fueros de la majestad real. Para repartir con sagacidad
dedadas de miel, no tenía pareja la Audiencia de
Lima.
II
Aunque, como se ha visto, la Real Audiencia cuidó mucho de
no agraviar a ninguno de los contendientes, abriéndoles
así campo para una reconciliación, no por eso
cesaron ellos de estar a mátame la yegua, que de matarte
he el potro.
Vino el 1.º de enero de 1796, día en que el Cabildo
debía proceder a la elección de alcalde de la
ciudad, cargo altamente honorífico, y que se disputaban
ese año entre un señor Mariadiegue y un
señor Velezmoro, ambos hidalgos de sangre más azul
que el añil de Costa Rica, y muy acaudalados vecinos de
Trujillo. El intendente Gil patrocinaba la candidatura del
primero, y el obispo se declaró favorecedor entusiasta del
antagonista.
Influencias por aquí e influencias por allá,
intriguillas vienen e intriguillas van, ello es que retenidos los
veinticuatro regidores con voz y voto, resultó que doce
cedulillas sacaron el nombre de Velezmoro y las otras doce el de
Mariadiegue.
Aplazose la elección para el siguiente día, y cada
partido aprovechó las horas trabajando con tesón
para conquistar un voto. Pero el resultado fue
idéntico.
El 3 de enero debía efectuarse la votación
decisiva. Si el empate subsistía, tocaba a la suerte
decidir. Trujillo no podía quedarse sin alcalde.
¡Qué habrían dicho en el otro barrio las
almas de Francisco Pizarro, fundador de la ciudad, y de Diego de
Agüero, su primer alcalde!
En la mañana de ese día tuvo el señor obispo
barruntos de que uno de los regidores de su bando no jugaba
limpio; pues una su hija de espíritu le avisó, bajo
secreto de confesonario, que a media noche habrán tenido
misteriosa y larga conferencia intendente y cabildante, y que
aquél se frotaba con regocijo las manos, como quien dice:
«¡Se divirtió el obispillo!
¿Adónde había de ir conmigo?».
No era el señor Sobrino y Minayo hombre para
descorazonarse por tan poco, y convocando, sin pérdida de
minuto, a los once regidores en cuya lealtad fiaba, les
dijo:
-Amigos míos, hoy nos parten por la hipotenusa, si nos
descuidamos; que el bellaco de don Teodosio se ha comprometido a
hacernos una perrada. Lo sé de buena tinta. Pero ya que no
podemos sacar amante a nuestro protegido, es muy hacedero
estorbar el triunfo del adversario.
-¿Y cómo, ilustrísimo sector? -preguntaron
los cabildantes.
-De una manera muy sencilla. Lanzando hoy a la arena un candidato
tan prestigioso, que ha de tener los gregüescos muy bien
amarrados el regidor que le niegue el voto.
Los velezmoristas se quedaron boquiabiertos. Al fin, uno de ellos
dijo:
-No encuentro, señor obispo, quién pueda ser el
personaje de tanto fuste que nos saque del atrenzo.
-Pues no se devanen los sesos vuesas mercedes por encontrarlo,
que ya yo me he tomado ese trajín.
-Entonces, cuente su señoría ilustrísima con
nuestros votos. ¿Y puede, si no peca de indiscreta la
pregunta, saberse el nombre del nuevo alcalde?
-Calmen vuesas mercedes su impaciencia. Mi secretario irá
luego al Cabildo y les llevará las cedulillas. Entretanto,
tenemos tres horas por delante que, bien aprovechadas, nos
darán colosal victoria. Mi carroza me aguarda, y voyme al
campo enemigo. Dios guarde a ustedes, caballeros.
Echoles el obispo una bendición, dejose besar el pastoral
anillo, y los once cabildantes se retiraron.
III
A las dos de la tarde, y por diez y ocho votos contra seis, fue
proclamado alcalde de primer voto de la muy ilustre ciudad de
Trujillo, en el Perú, el excelentísimo señor
don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, duque de Alcudia,
ministro omnipotente de Carlos IV y amante idolatrado de la reina
María Luisa, a la cual diz que en la guitarra solía
cantarle con muchísimo salero esta copla:
«Benditos los nueve meses
que estuviste, que estuviste,
en el vientre de tu madre
para consolar a un triste».
-Manuel -díjole una mañana a su valido el monarca
español-, ¿cierto es que te han hecho
alcalde?
-Y tan cierto -contestó sonriendo el favorito- como que he
aceptado la honra, y quiero acompañar la aceptación
con algunas provisiones, que vuestra majestad firmará,
haciendo mercedes a sus buenos y leales vasallos los
trujillanos.
Y sacó tres pliegos de la cartera.
-Celebro que medres, hombre, y alégranme como propias tus
bienandanzas. Trae, Manuel, trae -dijo Carlos IV, y sin leer el
contenido, puso el sacramental-. Yo el rey.
Por la primera de estas reales cédulas se acordaban muchas
preeminencias al Cabildo y ciudad de Trujillo, y que el alcalde
de segunda nominación desempeñase las funciones que
a Godoy correspondían.
Por la segunda se ennoblecía a la ciudad hasta donde ya no
era posible más; porque se añadían a su
escudo de armas tres reales de oro, en sautor, sobre las columnas
de plata. Esto es metal sobre metal, lo que en heráldica
vale tanto o más que ser primo hermano de Dios-Padre.
Desde entonces los trujillanos blasonan, y con razón, de
ser tan nobles como el rey. Lima, con ser Lima, no luce en su
escudo de armas metal sobre metal. Honra tamaña estaba
reservada para Trujillo.
La última que, a mi escaso entender, era la morrocotuda,
establecía que los buques pudieran ir directamente de
Cádiz a Huanchaco, lo que importaba poner a Trujillo en
condición superior a casi todos los pueblos del
virreinato. Con tal condición, prosperidad y riqueza eran
consecuencia segura para el vecindario.
Cuando se recibieron en Trujillo estas reales cédulas, el
obispo Sobrino y Minayo no pudo holgarse con la lectura de ellas;
porque acababa de pasar a mejor vida, como dicen los que se
precian de saberlo.
¡Pero vean ustedes lo ingrata que es la humanidad y lo
olvidadizos que son los pueblos! A pesar de gangas y mercedes de
tanto calibre, Trujillo fue la primera ciudad del Perú que
en el día de Inocentes (28 de diciembre de 1820)
proclamó en pleno Cabildo la independencia patria,
extendiendo y firmando acta por la que los vecinos juraban
defender, no sólo la libertad peruana, sino también
(a usanza de los caballeros de Santiago, Alcántara y
Calatrava) la pureza de María Santísima (sic). Mas
parece que alguien hizo al marqués de Torre-Tagle
(verdadera alma del pronunciamiento) caer en la cuenta de que era
inconveniente esa mezcolanza de religión y
política; y al día siguiente (29 de diciembre) se
firmó nueva acta, suprimiendo en ella lo relativo a la
Santa Madre de Jesús.
Parlerías y murmuraciones envidiosas a un lado. Nadie le
quitará a Trujillo la gloria de haber tenido por alcalde a
un príncipe, ni la de que en su escudo de armas haya
lucido metal sobre metal.