El cuarto monarca del Perú, en la dinastía
incásica, allá por los años de 1170, se
detuvo con su ejército en un valle despoblado, pero
amenísimo, al que llamó Ari-qquepas, que quiere
decir quedémonos aquí; pero el padre Blas Valora,
nacido en el Cuzco y muy entendido en las lenguas quichua y
aimará, sostiene que Arequipa significa Trompeta sonora;
porque qquepan llamaban los indios a un caracol marino del que
usaban a guisa de trompa bélica.
Dicho inca repartió terrenos entre tres mil familias, las
que fundaron los caseríos o pueblos de Yanahuara, Caima,
Tiabaya, Paucarpata, Socabaya, Characato, Chiguata y otros.
Fue a fines de 1539 cuando Francisco Pizarro comisionó tal
capitán Pedro Anzures Henríquez de Camporredondo,
soldado muy experimentado, hombre de gran juicio y suficiencia y
del que ningún historiador cita nada que lo deshonre o
haga odiosa su memoria, para que fundase la actual ciudad del
Misti con el nombre de Villa de la Asunción de Nuestra
Señora del Valle Hermoso, desatendiendo a los que opinaban
que la fundación debía hacerse a inmediaciones de
la caleta de Quilca.
Los españoles que para tal misión
acompañaron a Camporredondo, aparte de los veinticinco
soldados obscuros, fueron Don Garci Manuel de Carvajal, nombrado
teniente gobernador de la villa, y los capitanes Miguel Cornejo
el Bueno, Marcos Retamoso, Jerónimo de Villegas,
Martín López, Pedro Pizarro (el historiador),
Fernando de Ribera, Francisco Madueño, Alonso de Luque,
Hernando Álvarez de Carmona, Juan Navarro y Pedro
Godínez, entre los que se distribuyeron los cargos del
Cabildo, tocando el empleo de alguaciles mayores a Nicolás
de Almazán y al caballero de espuela dorada Don Juan de la
Torre. Algunos de ellos figuran entre los conquistadores a
quienes tocó parte del rescate de Atahualpa, y otros entre
los que más se comprometieron en las banderías de
almagristas y pizarristas. Por supuesto que fueron muy
favorecidos con solares para edificar sus casas y con excelentes
terrenos de sembradío.
Parece que Pizarro no quería tener cerca de sí
mucha gente de pluma; porque también envió para que
fundasen la villa a los licenciados Escobedo, Cuéllar,
León, Álvaro de Toledo y Juan de San Juan, y a los
bachilleres Francisco Rodríguez, Pedro Blasco y
Cristóbal Tovilla. No es, pues, de extrañar que,
abundando los leguleyos trapisondistas, hayan salido los hijos de
Arequipa aficionadillos a estudios jurídicos y a la
chicana del foro. Quien lo hereda no lo hurta.
No tenía la villa un año de fundada cuando Carlos
V, por cédula de 22 de diciembre de 1540 la elevaba a la
categoría de ciudad, dándola escudo de armas, en el
que se ve un grifo que en la mano trae una bandera, en la cual se
lee este mote: Del Rey.
Nada entendido en heráldica el demócrata que esto
escribe, atiénese a la explicación que sobre tal
alegoría da un cronista. Dice que la inscripción de
la bandera expresa la posesión que el rey tomó de
Arequipa y que al colocar aquélla, no bajo los pies, sino
en la mano del grifo, quiso el monarca manifestar su aprecio por
la ciudad, no pisándola como a vasalla, sino
dándola la mano como a favorecida. Si hay quien lo
explique mejor, que levante el dedo.
Por la conducta que observó Arequipa en las guerras
civiles de los conquistadores, mereció de Felipe II, entre
otras distinciones, el título de Noble y Leal.
Hablando de las aristocráticas pretensiones de los
arequipeños, y con carácter de proverbio,
decíase en Lima: Arequipa ciudad de dones, pendones y
muchachos sin calzones; y si no miente Don Bernardino de Pimentel,
duque de Frías, he aquí el origen del
refrán, tal como lo relata en un librejo que lleva por
título Deleite de la discreción. El ejemplar que he
consultado se encuentra en la Biblioteca Nacional.
Diz que a la puerta de una posada se hallaba un muchacho vestido
de harapos, en circunstancias de llegar caballero en briosa mula
un fraile de campanillas, el cual dirigiéndose al
mozalbete, dijo:
-Mancebo, téngame el estribo y darele un real de
cruz.
Ofendiose el de los harapos y contestó:
Padre, mida sus expresiones y sépase que habla Don Fulano
de Tal, de Tal y de Tal.
Y vomitó hasta una docena de apellidos. A lo que el fraile
contestó con mucha flema:
-Pues Sr. Don Fulano de Tal, de Tal y de Tal, vuesa merced se
vista como se llama o llámese como se viste.
Y si ello es embuste o invención, no me pidan cuenta los
arequipeños, que es el duque y no yo quien lo
refiere.
Si he traído a cuento este cardumen de datos
históricos, ha sido tanto por hacerlos populares cuanto
porque en la tradición que voy a contar campea Alonso de
Luque (a quien he ya nombrado entre los fundadores), conocido por
el ahijado de la Providencia.
II
Por los años 1560 daba en Arequipa motivo a popular
alboroto la venta de pescado fresco en la recova o plaza de
abasto. Esto se explica teniendo en consideración la
distancia que hay de la ciudad al mar, así como la escasez
de pesca en esa costa.
Aunque no a precio tan fabuloso como en Potosí, donde un
robalo se pagó en miles de duros, el pescado se
vendía en Arequipa bastante caro para que sólo
fuese plato de ricos.
Una mañana en la cuaresma de este año presentose en
la plaza un pescador con un cesto de corvinas, las que a poco
rato hallaron compradores que pagaron sin regatear.
Quedaba la última, y disputábanse la
posesión de ella un fraile dominico, cuyo nombre calla la
crónica, y Alonso de Luque, el conquistador, anciano
generalmente estimado, y que por su familia en el reino de
León ostentaba escudo de armas, castillo de oro en gules y
ocho arminios negros por orla.
-Perdono su paternidad -decía Luque,- el pescado es
mío, que en tres duros lo tengo conchabado.
-Pero no pagado -argüía el fraile,- y la prenda es
del primero que da por ella pecunia numerata; pues como dice el
proverbio, «no sirve faré, faré, que
más vale un toina que dos te daré».
Alonso de Luque se quedó bizco oyendo el latinajo,
recelando que él encerrase algún versículo
de la Biblia o por lo menos un texto de los Santos Padres. Sin
embargo, balbució echando mano a la corvina:
-Será todo lo que su reverencia diga y quiera; pero no
porque me haya dejado en casa la bolsa, deja mi palabra de ser
buena moneda.
Hágase a un lado el viejo irreverente y no falte al
respeto a un ministro del Señor -contestó amoscado
el fraile, poniendo también mano sobre el objeto del
litigio.
Alonso de Luque tiraba de la cabeza y el dominico de la
cola.
De pronto éste, alzó la mano que lo quedaba libre,
y sin ser obispo confirmó a su contendedor.
Luque, que había dado pruebas de su bravura en los campos
de batalla y desafiado la muerte en muchas ocasiones, se
sintió poseído de coraje y llevó la diestra
a la empuñadura de su espada.
Pero en aquellos tiempos era inmenso el prestigio que sobre los
españoles ejercía un hábito monacal, y el
audaz soldado de la conquista tembló como un niño
ante la idea de incurrir en excomunión si maltrataba o
hería al ungido del Señor.
Entonces desesperado sacó la hoja, que era de
finísimo acero de Toledo, y poniendo sobre ella el pie
exclamó:
-No volveré a usarte, pues inútil me eres para
procurarme desagravio.
La espada se partió en dos trozos, quedando el de la
empuñadura en manos de Luque; y ¡juicios misteriosos
de Dios!, el pedazo de la punta rebotó clavándose
en el antebrazo del dominico, que olvidando la mansedumbre a que
por sus votos y condición estaba obligado, se dejó
arrebatar de la ira hasta el punto de abofetear a un honrado y
respetable anciano.
Fue, pues, el cielo quien se encargó de desagraviar a
Alonso de Luque; y he aquí el porqué llamaban a
éste en Arequipa el ahijado de la Providencia.